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'Los nacionalismos son el peligro principalísimo para la democracia en España'

VARGAS LLOSA CONVERSA CON RAÚL RIVERO
Madrid


La única esquina de la felicidad que el Premio Nobel de Literatura le ha prohibido visitar a Mario Vargas Llosa es la que el escritor tiene en los silencios de los amaneceres de Lima y de Madrid. No hay tiempo ahora para esas horas especiales en las que el hombre de Arequipa le cuenta al mundo sus historias, y mezcla las vidas de hombres y mujeres reales con seres que nada más aparecen en su imaginación.

Él va de homenaje en homenaje hasta Estocolmo, pero hay emoción y una rara nostalgia del porvenir cuando le pregunto si tiene ya en el directo algo para escribir en enero. Sigue en página 46

«Pues sí, tengo un ensayo que está bastante avanzado que se llama La civilización del espectáculo, en el que estaba trabajando justamente cuando vino esta noticia que significó para todos como una revolución en la vida. Y ya no lo he podido retomar. Así que es lo primero que voy a retomar. Tengo un proyecto de novela también. Una historia situada en Piura, que es una ciudad del norte del Perú donde yo viví sólo dos años y, sin embargo, me ha llenado la cabeza de ideas, de imágenes, de personajes, de posibles historias. Así es que esos son mis proyectos inmediatos».

No creo que el escritor esté desesperado porque pasen rápido los festejos, las felicitaciones, los mensajes de todas partes del mundo y la ceremonia de entrega del galardón en Suecia. Pero a pesar de que está a pocas horas del Estocolmo helado que lo espera el próximo día 10, enseguida que sale el tema de los libros que tiene en la cartera vienen a la conversación sus primeras obras. Y con ellas los tiempos y los hombres del fragor del boom de la novelística latinoamericana. Tengo en la memoria, en un descarga familiar, hace ya varios meses, en la casa del barrio de Salamanca, en Madrid, del cineasta Orlando Jiménez Leal a Vargas Llosa en una evocación llena de cariño y respeto por el argentino Julio Cortázar. Y lo convido a que lo recuerde.

«Fuimos muy amigos en los años en que yo viví en París. Incluso yo seguí bastante de cerca lo que fue la gestación de Rayuela. Era una época en la que nos veíamos mucho y además trabajábamos por periodos al mismo tiempo en la UNESCO como traductores. Una cosa que yo recuerdo que siempre me sorprendió muchísimo es que Cortázar no tenía un plan previo. Se sentaba cada día a la máquina de escribir sin saber qué es lo que iba a contar. Fíjate que a pesar de trabajar de esa manera, con tanta espontaneidad, el libro tiene una estructura tan sólida, parece un libro muy planeado, muy trabajado. Y si fue trabajado, fue trabajado de una manera inconsciente. Lo escribió prácticamente de corrido. A mí me sorprende porque para mí eso sería inconcebible».

Después, le pedí que se fuera de París para la capital inglesa a encontrarse con otro de sus viejos compañeros. Y entonces redujo el tono, se puso un poco tenso y bajó la mirada. Éste fue el pequeño retrato dramático que hizo, con cercanía familiar, un poco doloroso. El punto más difícil del tiempo que estuvimos en esta tertulia improvisada que presidió una grabadora digital.

«Guillermo Cabrera Infante fue muy amigo mío. Fuimos vecinos en Londres y creo que el destino de Guillermo fue bastante trágico porque, a diferencia de otros escritores, yo creo que en el fondo él jamás se acostumbró a vivir fuera de Cuba. A pesar de ser tan cosmopolita, internacional, creo que vivió toda su vida con una nostalgia tremenda de su país, de su lengua, de sus imágenes y que nunca perdió la esperanza de volver. Creo que en los últimos años sufrió mucho cuando empezó a sentir que eso no iba a ser posible porque empezó a sentirse enfermo. Al mismo tiempo, fue uno de los grandes escritores de su época. Realmente él revolucionó el lenguaje narrativo y consiguió convertir a Cuba en una mitología literaria. La obra de Guillermo traduce esa saturación de esa realidad histórica, social en un mito literario. Guillermo es un escritor que va a quedar, sin ninguna duda».

Como no estamos dispuestos a convertir el diálogo en una colección de obituarios amables ni en una convocatoria a la tristeza permanente, le hablo a Vargas Llosa de sus periodo (a los 16 años) de redactor de mesa y ayudante en el diario La Crónica, de Lima. Lo incluyo en la lista de los pocos inadaptados que vamos quedando todavía por el mundo con el ruido de las imprentas, el olor a tinta y la melodía de los teletipos con su escándalo acompasado y el peligro latente del saturnismo. ¿Será verdad que se acabarán los libros de papel y los periódicos?

«Espero que no ocurra, porque si se acaban los libros de papel y se impone el libro digital va a haber un empobrecimiento de la literatura. No es un prejuicio. Mi impresión es que la pantalla quiere llegar siempre al mayor número. Abarata, banaliza tremendamente los contenidos como lo ha demostrado la televisión. La televisión, por una parte, es un recurso extraordinario de comunicación y, por otra parte, la pobreza de su contenido, desde el punto de vista artístico y creativo, es gigantesco. Espero que no ocurra con el libro de papel, pero si el libro de papel llegara a desaparecer o a pasar a la clandestinidad, yo creo que con el libro digital reinando y tronando habría un gran empobrecimiento de lo que entendemos hoy día por literatura».

Este hombre, ya lo dije, añora los amaneceres para trabajar. Tiene una disciplina laboral que es ya el sello de su vida diaria. Tiene fama entre sus amigos de irse a sentar frente al ordenador (antiguamente ante los pianos negros de la Underwood) con puntualidad, rigor y bajo cualquier condición climática, como se dice por allá: «Llueva, truene o relampaguee». La verdad es que sus jornadas son largas y constantes y se sospecha que él las hace interminables porque también goza y se realiza con esa aventura creativa, con los personajes y las historias que le regala a los lectores y con las resonancias de esas páginas. Se ha ganado los más importantes premios literarios del mundo y eso lo hace un divorciado esencial de las vanidades y dueño de un antídoto definitivo contra la fatuidad. Cuando le comento que su Nobel se ha celebrado como pachanga planetaria, dice que esa reacción le ha sorprendido. Y desvía el motivo del júbilo, le da todo el protagonismo al idioma en que escribe.

«Yo creo que la razón principal es que se reconoce en el premio a una lengua. Y la verdad es que el español es hoy una lengua no solo muy viva, sino en expansión. Eso es lo que ha motivado esa alegría. Y también el hecho de que hacía tantos años que no recibía un escritor de lengua española este reconocimiento. En todo caso me ha sorprendido y, desde luego, me ha conmovido mucho».

No quiero obligarlo a una trova política densa y avasalladora después de hablar tanto de amigos y de libros. A donde quiera que llega, como tiene en su expediente ciudadano una aspirantura frustrada a presidente de su país, al escritor lo obligan a explayarse sobre temas ideológicos y conflictos o lo fuerzan a que consulte una bola de cristal para que adivine escenarios políticos. Se sabe que Vargas Llosa, con la ciudad de Madrid pegada a la ventana de su casa, puede soñar que camina solitario por el malecón Armendáriz, en Lima. Y se sabe que también con un paisaje limeño en la noche, él puede andar a la búsqueda de libros por las viejas librerías madrileñas o desprevenido por Sol o por Serrano. Por lo tanto, para no sacar de repente esa navaja que lo amenace si no se pronuncia como un animal político en los minutos que nos quedan para hablar, lo convido a que me diga qué futuro sueña para sus patrias.

«En España, yo quisiera que se consolide la democracia, que no prosperen los peligros que la amenazan, entre ellos, en un lugar principalísimo, los nacionalismos que yo creo que es una fuente de división, de encono. Y en el fondo, en el fondo de los fondos, es profundamente antidemocrático».

«En América Latina», esa es la frontera que Vargas Llosa le pone al Perú, «quisiera que desaparezcan las dictaduras que todavía quedan, empezando por la de Cuba y la candidata a sucederla que es hoy día Venezuela. Y después, los gobiernos esos populistas que, aunque tienen un origen democrático, tienen una deriva peligrosa como es el caso de Nicaragua, el caso de Ecuador, de Bolivia. Sin embargo no soy pesimista, creo que América Latina, comparada con la de nuestra juventud, ha progresado enormemente. Hoy en día las dictaduras militares prácticamente desaparecieron. La izquierda y la derecha están aceptando las reglas de la democracia, están aceptando las economías de mercado. Es decir, están adoptando un pragmatismo que trae finalmente convivencia, paz, más desarrollo, progreso, libertad. Y mi esperanza es que ese proceso continúe, se consolide en el futuro».

Le propongo hablar, ahora en el estribo, de poesía. Es un obstinado lector de versos desde su adolescencia, cuando descubrió en la biblioteca de su madre una colección de poemas del chileno Pablo Neruda. Muchos amigos piensan, aunque no lo dicen, que Mario es un poeta bisiesto, que escribe y esconde. ¿No hay por ahí, en los espacios en blanco, entre los apuntes para un cuento, una novela, un artículo o un ensayo, un par de notas para unos sonetos de amor?

«Yo no sólo escribí poesía de joven, sino que hasta llegué a publicarla. Esa es la vergüenza que tengo cada vez que algunos de esos autores de tesis me recitan los malísimos poemas que escribí de joven. Pero sí soy un lector y creo que de buena poesía».

No he podido, no he querido olvidar cuando me despedí de Mario Vargas Llosa en este Madrid noble y generoso (donde le acababan de proclamar hijo predicelecto de la ciudad), del sitio en el que hablamos por primera vez. Nos vimos y nos saludamos en el vestíbulo de un hotel de una ciudad de América. Estábamos rodeados por un grupo de escritores de aquel continente. Todo parecía posible todavía, hasta la libertad. Unos de aquellos amigos permanecen. Otros, se fueron muy lejos y algunos de aquellos individuos siguen ahí, pero es inútil.

Fue en los años 60, Vargas Llosa había publicado un libro de relatos, Los jefes (1958). Y una novela, La ciudad y los perros (1963). Era un periodista reconocido y un joven escritor peruano que prometía mucho. Y cumplió.





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