Rafael Ferro Salas.

PINAR DEL RÍO, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Recuerdo las navidades de mi infancia: la familia reunida y feliz. La casa era una fiesta. Entraban y salían los vecinos. Intercambios de regalos y felicitaciones por doquier. Las navidades eran una tradición enraizada en nosotros.

Un día de diciembre del año 1962 (tenía 6 años) noté que el ambiente en la casa no era el mismo de otros años. Rompiendo la rutina de siempre, mi madre había salido a trabajar, también mis tíos. Diciembre era un mes de vacaciones para mi gente y para muchos en el barrio. Algo raro sucedía.

-¿Cuándo empiezan las navidades? –interrogué a mi abuela.

Ella no tuvo la respuesta enseguida. Reflexionó por un rato y dijo:

-Ya no habrán más navidades en Cuba, hijo. Los revolucionarios no las celebran.

Nunca olvidaré esas palabras. Pasaron los años y la prohibición decretada entró a formar parte de la tradición de limitaciones que cargamos los cubanos. Las navidades entraban en la lista negra y celebrarlas se consideraba un delito contra el régimen.

A la distancia de 47 años, mi nieto me preguntó por Santa Claus. Recordé aquella ocasión en la que tomé a mi abuela por sorpresa, exigiéndole respuesta a la pregunta más triste que le hice en su vida.

Hablé con mi nieto de Santa largo rato. Fue como un viaje a la infancia perdida, a la navidad arrebatada. Cuba es el único lugar del mundo en el que los ciudadanos no mencionan la palabra felicidad el 24 de diciembre. El único sitio de esta tierra que mantiene a Santa Claus en el exilio. Los cubanos residentes en la isla, si tienen un buen radio, podrán escuchar las noticias de los festejos navideños en otras partes del mundo. Sólo eso.

No sabemos cuántas navidades prohibidas nos quedan. Dios quiera que la pasada sea la última. Me gustaría ver el regreso de Santa Claus del exilio, y gritar la palabra felicidad junto a todos.