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El monje que vendió su Ferrari

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - El monje que vendió su Ferrari, de Random S. House (Mondadori, S.A., Barcelona), es un libro que vio la luz por primera vez en 2007. En él se valora tanto al individuo que, por estar ese concepto a mil millas del castrismo, es casi imposible que se venda en Cuba, donde imprentas, librerías y bibliotecas son propiedad del gobierno censor. Leer este libro es como beber agua fresca de un manantial, después de haber recorrido un tortuoso y largo camino.

Robin S. Sharma -1964-, su autor, es un abogado norteamericano. A través de conferencias, seminarios y publicaciones de artículos, ofrece sus mensajes educativos que tienen como objetivo ayudar a aliviar tensiones propias del mundo actual y hacer que cada ser humano se sienta no sólo una maravilla de la vida, sino como un héroe de un modo u otro.

Mientras leía a Sharma, como fatalmente he vivido casi toda mi vida bajo una dictadura comunista, recordé una anécdota sobre las prioridades del ser humano, que contó Haydee Santamaría, poco antes de suicidarse el 26 de julio de 1980, cuando el régimen castrista ponía de moda los actos de repudio en las calles durante el éxodo masivo del Mariel, desencadenado luego de que más de 10 mil cubanos, buscando escapar de la dictadura, entraran a principios de abril en la embajada de Perú.

Contó Haydee que su pequeño hijo le insistía para que lo llevara al zoológico. “Mañana te llevaré”, le dijo ella. El niño, al día siguiente, fue al cuarto de la madre, y Haydee, muy apenada, le dijo que no podía llevarlo al zoológico porque Fidel la había llamado para una reunión.

El niño, empinándose como un hombrecito, le gritó: “¿Sabes, mami? De ahora en adelante voy a odiar con toda mí fuerza a Fidel, porque está primero que yo en tu corazón”.

Cuando terminó de contar aquella historia, Haydee, una mujer que no era libre ni feliz, tenía los ojos llenos de lágrimas. Todos guardaron silencio. Cualquiera de los que estaban en la Casa de las Américas, pudo haber tenido experiencias similares.

Eran los tiempos en que nos impusieron que primero estaba la revolución, y la revolución era Fidel. Tan dueño se sentía este dictador casi eterno de cada uno de nosotros, que todavía a quienes lo siguen de verdad, ya muy pocos por suerte, les ocurre lo que a nosotros ayer: lo hacen con una extraña y enfermiza mezcla de miedo y amor, y relegan hasta sus hijos a segundo plano.

La revolución es algo que se apaga como una vela, poco a poco, hasta desaparecer, mientras que la familia nos enseñaba a ser cada día mejores.

El libro de Sharma invita al individuo a que se sienta libre y feliz, sin ataduras, porque “el miedo es un monstruo mental que uno crea, una corriente negativa de conciencia”. Eso necesitábamos los cubanos de ayer y los de hoy, conquistar nuestro miedo, conquistar nuestra vida, nuestra independencia. Sentirnos por encima de cualquier dictador.

Demasiados años perdidos que, según Sharma, se pueden recuperar. Felizmente, en mi caso particular, como tampoco tenía tiempo para llevar a mis hijos al zoológico -la revolución estaba siempre primero-, creo haber recuperado el amor de los tres, y sobre todo, su comprensión.




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