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Modernidad en Cuba

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) – A los historiadores cubanos, hasta a los que reciben un salario estatal y apoyan al régimen castrista que les edita sus libros, a veces les es difícil mentir acerca de la verdadera historia de nuestro país.  

María del Carmen Barcia Zequeira -1939-, por ejemplo, es una investigadora titular, especializada en el siglo XIX cubano. Su último libro, Capas populares y modernidad en Cuba -1878-1930-, publicado en 2009, es una verdadera joyita, digna de estudio para aquellos que desconocen la modernidad, que se desarrolló en la isla cuando más de 230 mil esclavos -el 17% de la población-, comenzaron a disfrutar de sus derechos, escamoteados durante siglos.

Barcia Zequeira describe el tránsito hacia la modernidad sin miedo alguno. Si analizamos sus puntos de vista sobre el aceleramiento del movimiento de las ciudades hacia la modernidad, cuando las familias pudientes se trasladaron al Cerro y luego al Vedado, y las capas populares convertían las casonas abandonadas en solares (casas de vecindad) para numerosas familias -una familia en cada habitación-, tendríamos que aceptar que La Habana y el resto del país han retrocedido años luz en “modernidad” a partir de 1959, con el triunfo del castrismo.

Según un informe oficial del gobierno castrista, más del 43% del fondo habitacional del país está en mal estado. En la capital han proliferado los barrios marginales y durante cincuenta años de socialismo los solares no han podido ser erradicados.

La modernidad comenzó  a demostrar su fuerza pujante cuando en 1889  la electricidad toma posesión de la vida ciudadana y en 1901 circulan por nuestras calles los tranvías; los cubanos hablan por teléfono, cocinan con gas, sienten el fresco de un ventilador, se trasladan en autos y bicicletas y, recién finalizada la ocupación norteamericana, los ferrocarriles llevan a los sorprendidos cubanos por las provincias del país.

La señora Barcia no puede menos que repetir lo que la prensa de aquellos años decía: “Cuba, dentro de cinco años nada más, será un emporio de riqueza y un centro maravilloso de progreso y civilización”.

Tampoco deja de mencionar que “otro beneficio masivo, desplegado por la modernidad durante la ocupación norteamericana, fue la higiene pública, desapareció la fiebre amarilla y otras enfermedades endémicas gracias a la instalación de drenajes para las aguas albañales, y se fumigaban, limpiaban y reparaban las calles y aceras, así como las viviendas más pobres”.

Por último, nos recuerda la señora Barcia que hasta el siglo XIX la población se había concentrado en la provincia habanera, sobre todo en su capital, pero “de forma paulatina La Habana dejó de crecer aceleradamente y fue sustituida en este aspecto, primero por la región central y después por la oriental, comarcas donde se producía una apreciable inversión de capital norteamericano”.

No es necesario un comentario más de la escritora. Si ahora ocurre todo lo contrario es porque “la modernidad” se detuvo y no se sabe cuándo se pondrá en marcha de nuevo.




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