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Conversación en el cementerio

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Alejandrina Ortega cumplía cada domingo  un ritual de arrullos y perendengues contra la soledad. El versículo “aunque ande en valles de sombra de muerte”, del  Salmo 23, le hacía pensar que su difunto esposo estaba fuera del peligro de una agresión.

Además, se abría paso hacia los desolados paisajes de la nostalgia a través del bolero Dos gardenias, arrullándose en la melodía del texto inmortal: “Con ellas quiero decir, te quiero”, que le cantaba Juan mientras deshojaba las flores por la casa. Eran noches de amor y vino, cervezas o “chispa e tren” a la luz de una vela, de acuerdo a las ganancias que obtuviera el esposo en sus correrías subterráneas.

Fueron días intensos de risas, amor y promesas de que “después de ti, el diluvio”, las que le regalaba Juan en cada encuentro. Por eso, para facilitar la comunicación llevaba los domingos tristes y lluviosos una botella de aguardiente Santero, y unas rimas donde Gustavo Adolfo Bécquer le decía a Agustina, por boca de Juan: “Poesía eres tú”.

El plato de arroz con leche y las flores con predominio de las gardenias eran para esos días en que el paisaje se multiplica en el corazón como una taquicardia. Había imaginado que de sólo entrar a la tumba, un regimiento de ángeles y una brigada de arcángeles lo protegía de los policías, timadores y ladrones que habitan el más acá. Que un cementerio, antes del traslado al paraíso o al infierno, es una réplica de la vida terrenal, aunque sin escaseces, temores y otras alarmas mundanas del cotidiano vivir. Según pensaba, se  flota en inocente gravedad. Se sueña como un bebé, se respiran nubes, y se reposa en el limbo hasta que llegue el Armagedón.

Pero este domingo, Día de las Madres, la realidad rompió el hilo de sus sueños. Su inolvidable Juan, aplastado por un balcón cuando vendía café, culeros desechables y ollas de presión en los portales de La Habana, no estaba en su lugar cuando su amada fue a inhumar los restos.

La tumba estaba vacía. Dentro del ataúd alguno que otro hueso, dos botellas de ron vacías, un peine y periódico estrujado. Dicen los guardianes del cementerio que los robos se multiplican. Salen volando ángeles de mármol negro, desaparecen rejas, las puertas se esfuman como espíritus, y hasta las lápidas de granito gris de los panteones se desvanecen en las madrugadas.

“Apenas hay guardias y es poca la iluminación. Los trabajos de brujería tienen alta demanda, y al Poder Popular no le quedan hojas para imponer multas y emitir decretos”, cuentan dos atribulados enterradores que registran la tumba.

Alejandrina Ortega tendrá que visitar a Juan en el recuerdo. Como cada domingo, después de una semana de gestiones infructuosas para encontrar sus huesos, volverá al cementerio. Esta vez para soñar, resignada y quién sabe si feliz,  que por fin escapó del infierno en que se ha convertido Cuba hasta para los muertos.




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