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Secretismo soviético

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, mayo (www.cubanet.org) - Las dictaduras de izquierda, que son las peores, padecen de un secretismo sorprendente. Los comunistas, maestros en esconder, han ocultado desde sucesos importantes hasta ciudades completas.
Es por eso que un grupo de periodistas rusos y franceses, a pesar de ser eminentes y estar curados de espanto por su larga trayectoria laboral, tuvieron que abrir bien los ojos, porque no podían creer lo que descubrieron en la Rusia de 1990.

Gracias a la Perestroika, aquel grupo de comunicadores obtuvo permiso para entrar a Cheliábinsk-40, una ciudad nuclear que no figuraba en los mapas, situada en la vertiente este de los Urales y a sólo ciento veinte kilómetros de Sverdlovsk, hoy Ekaterinburg. El espectáculo que encontraron dio para publicar numerosos reportajes en la prensa internacional que, a pesar de los años transcurridos, todavía se pueden hallar.

Cheliábinsk-40 fue una ciudad oculta a las miradas extrañas durante más de cuatro décadas. Sus pobladores, ochenta mil en total, a pesar de vivir rodeados de una cerca de alambre de púas, disfrutaban de una calidad de vida muy superior a la de los demás soviéticos: mejores casas, mejor abastecimiento, buenos jardines de infancia, etc.

A diferencia del resto de los soviéticos, fueron los primeros en informarse del accidente ocurrido en 1957 en los depósitos de la ciudad. A consecuencia de la contaminación en muchos kilómetros, fueron evacuadas varias aldeas de los alrededores. Sin embargo, los habitantes de Cheliábinsk-40, en su mayoría rusos y baskires, continuaron viviendo voluntariamente en la ciudad, pese a que el dosímetro indicaba niveles de radiación inaceptables para la vida humana, y se consideró la zona como inhabitable durante doscientos años. Allí criaron a sus hijos, se negaron a perder el bienestar material que disfrutaban y veían el trabajo como una cuestión de honor, valor y heroísmo.

Se trataba -no sabemos si aún existe- de una población que conocía a la perfección lo que callaba el gobierno soviético, no sólo el accidente de 1957, sino la catástrofe nuclear de Chernóbil, catalogada inicialmente como  “una nimiedad” por las autoridades soviéticas, que trataron de ocultarla.

A los periodistas extranjeros, les llamó la atención la falta de mantenimiento de los edificios de la central atómica de Cheliábinsk-40, el excesivo personal directivo, la poca limpieza de los recintos, los ordenadores obsoletos y las colas de los trabajadores en las tiendas para comprar alimentos.  Los occidentales se asombraron de que los soviéticos hubieran podido ocultar la existencia de una ciudad de ochenta mil habitantes, catástrofes nucleares de grandes proporciones y de la ligereza que durante tanto tiempo mostraran con la contaminación del medio ambiente.

Reconocieron que antes de Gorbachov y el glasnost,  no hubieran podido realizar sus reportajes en la tierra de los misteriosos y secretistas soviéticos.  



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