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Tato y Roberto

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Tato y Roberto, dos mensajeros del reparto Cruz Verde, Cotorro, Ciudad de La Habana, están enojados con la policía local y con los inspectores de la Dirección de Comercio. A Tato, un jubilado de 69 años, le quitaron el carretón manual con el cual llevaba las mercancías a sus clientes. Las dos ruedas de su carromato les vendrían bien a las ambulancias del municipio, carentes de neumáticos.

A Roberto, de 81 años, le pusieron una multa de cien pesos y le prohibieron usar su pequeña carretilla, cuyas ruedas tal vez sirvan para algún velocípedo, según los inspectores, quienes no invalidaron la licencia del anciano, que ahora reparte el pan y otras mercancías en el “carretón no sospechoso” de Chungo, un mensajero de 85 primaveras.

Los vecinos de Tato y Roberto piensan que las multas y la expropiación de los vehículos de tracción personal son algo absurdo, pues no contaminan la atmósfera ni tiran deshechos en las calles. Un malicioso recuerda que días atrás dos ambulancias fueron sorprendidas por la policía al salir de una fábrica de textiles a las diez de la noche. No llevaban enfermos a bordo, sino frazadas para el mercado negro. Nadie les preguntó a los ambulancieros si los neumáticos eran los del carromato del viejo Tato.

Bajo asedio policial figuran, además, quienes circulan en bicicleta con cajas plásticas que “pertenecen” al Complejo Lácteo de La Habana, a la Cervecería Hatuey –actual Guido Pérez- u otros centros productivos del Cotorro, donde el desvío de recursos estatales “pica y se extiende” a pesar de los controles, multas y juicios.

Un jurista afirmaba días atrás que los trabajadores de algunas fábricas locales se comportan como dueños de las mismas en los horarios nocturnos. Ruedas, frazadas, cajas de cerveza, pacas de lienzo, queso y hasta zapatos se comercializan por la izquierda dentro y fuera de las entidades. Los ninjas obreros parecen magos que adormecen a custodios, policías y directivos.

La suspicacia y las medidas extremas están a la orden, al igual que los comentarios sobre los millones de dólares que el General Rogelio Acevedo, su hijo y esposa presuntamente desviaron para cuentas personales.

Como el general llevaba más de 20 años de sacrificio al frente del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba, dicen que sus compañeros le depositaron 134 millones en tres cuentecitas detectadas por los enemigos de la revolución. El pobre, ahora está en pijama en su residencia.

Tato y Roberto quizás no sepan estas cosas porque no poseen teléfono, computadora ni tienen acceso a Internet. Si se enteraran por el cable de algún vecino llegarían a pensar que la soga se rompe por los más débiles. A ellos les quitan el carretoncito de ruedas sospechosas, pero ¿qué sucederá con el General Acevedo? ¿Será todo cierto? ¿Lo juzgarán? ¿Informarán “la verdad” en el programa Mesa Redonda?





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