José  Antonio Fornaris, Cuba-Verdad 

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - El castrismo es una fábrica de adictos al delito. Hay más de 200 cárceles regadas por la geografía de la isla llenas, en primer orden, de jóvenes que han delinquido. El propio Fidel  Castro señaló hace unos años que la corrupción podía terminar con la revolución. Y cuando llega el momento, los medios, todos  al servicio del Estado, se aprovechan  de la existencia de ese submundo, hijo legítimo del régimen. 

De esa forma, en cuanto se suscita cualquier incidente con personas que huyen del país con sus propios medios, al poco tiempo  se divulga que todas, o casi todas, habían cometido delitos comunes. 

En el caso de los opositores o disidentes, no puede ser de otra manera. Orlando Zapata Tamayo murió en una huelga de hambre reclamando que sus derechos como prisionero político fueran reconocidos, y entonces se publica que a los 20 años ya había comenzado su vida delictiva. 

El periodista independiente Guillermo Fariñas se encuentra, desde el 24 de febrero, en otra huelga de hambre, solicitando la excarcelación de los prisioneros políticos gravemente enfermos, y se da a conocer en el periódico Granma que Fariñas había agredido físicamente a una mujer en 1995. De manera “casual” el dato se divulga el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. 

A su vez se asegura (y eso es lo más brillante en la nota) que Fariñas atacó con un bastón a un anciano que había impedido un acto terrorista. 

Quizás ese anciano trató de evitar hechos similares a los que realizaron mártires y héroes de la revolución. Por ejemplo, Úrsula Díaz, quien colocó una bomba en el baño del cine América; Sergio González, que organizó las explosiones de cien bombas en La Habana en una sola noche, y Enrique Hart, que murió junto a dos compañeros cuando explotó el artefacto que iba a colocar en el acueducto de Matanzas. 

El punto es que el castrismo es una tiranía. Y si no acaba pronto, los cubanos, todos, y por interés gubernamental, terminaremos siendo delincuentes.