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Juana y Ramiro son vecinos

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Juana Marchante es una anciana de cabellos blancos y sonrisa triste, que vive en la calle 15 y 306, en el poblado de Santa Fe, situado al oeste de la capital cubana. 

Al visitar su casa, si a eso se le puede llamar casa, lo primero que pensamos es que el techo se va a desplomar en cualquier momento sobre nuestra cabeza, con una brisa de invierno o un simple estornudo.

Juana se mudó con sus hijos a esa casa en 1958, justo antes de que llegara la revolución. Desde entonces espera porque el gobierno de los hermanos Castro, que iban a resolver los problemas de los pobres, la lleven a vivir a otro lugar donde ella y su familia no corran el peligro de amanecer muertos.
Dice que se alimentan de lo que aparece, porque los mercados estatales  están vacíos.

Lo curioso de esta historia es que Juana, una mujer muy sociable y amiga de todos sus vecinos, tiene uno que nunca ha podido ver en persona, aunque sí en la pantalla de la televisión. Se trata de Ramiro Valdés, Comandante de la Revolución y Ministro de Informática y Comunicaciones.

En ocasiones, ha tenido deseos de visitarlo. Incluso me cuenta que una vez se detuvo en la acera de la casa de Ramiro, pero la casa era tan misteriosamente imponente, que decidió regresar sobre sus pasos.

Alguien la había impulsado a pedirle ayuda directamente al vecino Comandante. Luego la idea fue desapareciendo de su mente. No era ella la única a quien la casa se le podía caer de un momento a otro.

Decidió seguir esperando a que la Reforma Urbana se acordara de ella algún día y le ofrecieran un lugar humilde, pero seguro, donde vivir sin miedo a una tragedia.  La historia de Juana no abarca poco tiempo; su reclamo por  una vivienda segura es más que cincuentenario. Le pregunto si es le queda optimismo para seguir esperando y me dice que no le queda otro remedio, porque sin esperanzas no se puede vivir.

De todas formas, a menudo pasa por la acera de la imponente casa de su vecino Ramiro y siente deseos de tocarle a la puerta. Pero, ¿a cuál? ¿A cuál de las puertas de esta casa tapiada, que mide más de cien metros de ancho, quién sabe cuántos de fondo, y donde no se ve una ventana, mucho menos un ser humano asomado a una ventana, ni un timbre, ni una aldaba?

Ramiro Valdés y Juana son vecinos; respiran el mismo aire, beben de la misma agua y cuando el mar se enoja por algo, ambos sienten su rugido amenazador.

Juana, entonces, se espanta porque sabe que su casa no soportará otra entrada del mar, ni el próximo huracán. Ramiro, en cambio, seguramente ni se inmuta, es de otro tipo el huracán al que le teme.

La casa de Ramiro Valdés

La casa de Juana




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