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Lo mató la contrarrevolución

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba. Marzo, www.cubanet.org -Vista desde la decencia, ninguna muerte es útil. Ya que la vida es realmente nuestra única posesión sobre la tierra, su pérdida no puede reportar utilidad, para nadie. Excepto para los cínicos del tipo auras tiñosas, que se alimentan de la muerte ajena. 

Parece ser el caso de Enrique Ubieta, un amanuense que ha logrado acumular muchas horas de planeamiento como carroñero al servicio de la dictadura cubana.

Señorito incapaz de bajar a enfangarse las suelas de los zapatos más allá de los límites del Vedado, este infeliz hace valer el título de la bitácora desde donde escribe lo que le dictan, “La Isla Desconocida”, demostrando (o fingiendo) desconocer lo que ocurre delante de su nariz. No de otro modo se explica el contenido del libelo “Zapata: ¿un muerto útil?”, firmado por el y publicado el día 24 de febrero en el sitio digital oficialista CubaDebate y, en versión cuidadosamente revisada para hacerla apta a los ojos del lector nacional, el pasado sábado en Granma, lo cual lo eleva a la categoría de respuesta oficial de nuestros mandamases.

Aunque ciertamente más que de ignorancia, se precisa de una gran desfachatez para desbarrancarse con afirmaciones tales como que (a la hora en que fue impelido a morir en huelga de hambre, para engrosar la interminable lista de salvajadas cometidas por el poder político en la Isla) Orlando Zapata poseía un largo historial delictivo, en nada vinculado a la política.

Claro que esta vez tanto él como los demás fámulos de la dictadura han naufragado en la orilla. Pues excepcionalmente los medios de información del mundo están dando cobertura a la verdad, mediante pruebas y testimonios que no dejan lugar para infundios, ni para rancias artimañas. Menos mal. Ya era hora.

Ello no impide que se nos revuelvan las tripas ante actitudes como la del susodicho, quien, evidentemente, entre todas las variantes posibles de la infamia, escogió aquella que mejor le encaja, por cuanto le haría fácil la tarea de acreditarle a los opositores del régimen su forma de pensar retorcida y racista.

Al asegurar, sin poder probarlo, sin dar muestras del menor conocimiento de causa, y además falseando la verdad aviesamente, que para los correligionarios de Zapata “éste era un hombre prescindible” y “fácil de convencer para que persistiera en una huelga de hambre”, el farolero de La Isla Desconocida no hace más que poner en lengua de otros lo que él mismo piensa.

Y conste que no se precisa de mucha agudeza, basta con tener una idea de la estructura mental que exhibe nuestra izquierda bistec, así como de los resabios idiosincráticos de su intelectualidad -a la cual pertenece Ubieta-, para comprender el modo en que son capaces de valorar a un pobre obrero con poca instrucción, negro, para colmo, nacido en los remates de la región oriental, y que, no obstante, no se muestra agradecido y servil ante los amos del régimen.   

Son, ni más ni menos, sus propios prejuicios los que inducen a Ubieta a concebir en los demás este tipo de prejuicio que demerita y ofende la memoria del fallecido.

Lástima que la inexorabilidad de la muerte no nos permita especular con la respuesta que le daría Zapata, si pudiese rebatirle en la cara acusaciones como esta: “Zapata fue asesinado por la contrarrevolución”. Pero como los milagros no existen, además de que ni milagrosamente Ubieta habría tenido pantalones para encarar a Zapata, no queda sino tirarle a mondongo la sentencia.

Después de todo, es cierto, a Zapata lo mató la contrarrevolución, o sea, una revolución que luego de emplear medio siglo dando tumbos en torno a sí misma, mientras bordeaba un círculo cada vez más estrecho, ahora sólo atina a morderse el rabo. 




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