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Criterio personal sobre una carta diferente      

Miguel Saludes 

MIAMI, Florida, junio, www.cubanet.org -La carta firmada por setenta y cuatro ciudadanos cubanos en apoyo a un proyecto de ley que considera levantar la prohibición a ciudadanos norteamericanos para viajar a Cuba y favorecer el comercio con la Isla, ha causado una profunda polémica en sectores del exilio y de la isla. La respuesta se produjo a través de dos notas discrepantes. Ex presos políticos exiliados y un grupo de opositores, prisioneros políticos y ciudadanos residentes en la isla, coincidieron en su posición contraria a las intenciones del documento que pide flexibilizar dichas restricciones.

Una vez más la cuestión del embargo, o los aspectos que de alguna manera se conectan con su aplicación, pesa sobre la realidad cubana, provocando la desavenencia entre los que luchan por un mismo objetivo.   

Mientras en Cuba los medios oficiales mantienen un silencio absoluto sobre la iniciativa ciudadana, en el exterior se ha producido una fuerte polarización, entre los que apoyan y los que critican al documento originario. Los signatarios de este recibieron duros calificativos por parte de algunas voces fuertes del exterior. Con ellas afinan las opiniones publicadas en ciertos blogs que hacen la voz del gobierno cubano. Estas tampoco fueron parcas a la hora de ofender y atacar a quienes se dirigieron al congreso norteamericano para pedir que se facilite la venta de alimentos agrícolas a la población cubana. Para los castroblogeros este gesto constituye una posición oportunista, carente de buenas intensiones.

Ciertamente expresar una opinión sobre esta situación requiere de mucho tacto y del mayor equilibrio posible. Pero como suele ocurrir en la vida real, aquí tampoco las cosas resultan en blanco y negro, pudiéndose coincidir en muchos aspectos y diferir en otros, siempre con el debido respeto hacia los que exponen sus proyectos e ideas.  
 
Por ejemplo, no comparto que la influencia del turismo, el norteamericano incluido, facilite los cambios democráticos que esperamos en Cuba. No creo que quienes vayan a vacacionar a Varadero, lo hagan mayoritariamente con el fin altruista de propagar las bondades de la democracia entre los isleños. No lo hacen en otras partes, por qué tendrían que hacerlo en nuestro caso particular, cuando ni siquiera colaboran los propios cubanos exiliados que dicen haber salido huyendo del comunismo. Al año y un día, muchos regresan para ver a familiares, amigos o simplemente pasear por su tierra natal, algo que es comprensible y me abstengo de criticar. Pero no entiendo entonces cómo solicitar al gobierno norteamericano que prohíba a sus ciudadanos viajar a Cuba con tal de no proporcionar recursos al régimen que gobierna allí.  

En cuanto al llamado a flexibilizar la venta de alimentos (al que debe unirse el de las medicinas) he llegado a una conclusión momentánea, luego de pasar por varias etapas, desde la defensa del embargo, las dudas sobre su efectividad y la conclusión de su inoperancia. Por ahora prefiero quedar en la neutralidad de la razón ética, y es la de no pedir a congresistas de un país extranjero que mantengan, o suspendan, medidas de presión económica para favorecer cambios en nuestro país. Una cosa es requerir la solidaridad política, como ocurre con la Posición Común europea, que no impone prevenciones concernientes al comercio, las cuales terminan afectando a los oprimidos y sirviendo de poco a la causa de la democracia.  

Que el embrago norteamericano ha funcionado más como sostén del gobierno castrista que para remover sus bases, es un hecho. Que los Estados Unidos lo aplicaron en respuesta a sus intereses afectados más que por defecto de libertades en la cercana isla, es otra verdad que va saliendo a la luz. Mientras unos alegan que la suspensión de ese estado solo contribuiría a perpetuar la dictadura en Cuba, omiten que los países de la desaparecida Europa del Este mantuvieron las mejores relaciones con Occidente, y con Estados Unidos. Polonia socialista es el mejor exponente de un estatus preferencial en ese campo. Por sus comercios circulaban los símbolos del consumismo capitalista (Pepsi y Coca Cola incluidos) al igual que por sus calles lo hacían miles de turistas, los norteamericanos entre ellos, sin que mediara mucha preocupación por si el dinero aportado fortalecía los bolsillos de los represores del sindicalismo libre. Por cierto, mis primeros encuentros con emigrados cubanos de Miami ocurrieron en la lejana costa báltica y no en nuestra casa común.  

Con los 74 firmantes y con sus detractores, solo discreparía en un criterio que ambos asumen desde dos puntos divergentes. La determinación sobre los viajes a Cuba de ciudadanos norteamericanos es una petición que debe partir de los propios ciudadanos de Estados Unidos y los cubanos debemos respetar esa demanda por las mismas razones que pedimos se levanten las restricciones a los viajes en ambos sentidos, para los cubanos.  

Los firmantes de la polémica carta hacen una afirmación con la que concuerdo ciento por ciento. No existe dinero en el mundo capaz de contener el ansia libertaria de un pueblo, cuando ese se propone vivir en libertad. Y esa misión corresponde a todos los cubanos. Los que estamos fuera y dentro. Pero sin minimizar el papel de unos frente otros. Reconociendo a quienes cargan ahora el mayor peso de la misión de enfrentar un régimen opuesto a la libertad de pensamiento y además asumir posiciones que les distingan ante el resto de la sociedad, con el suficiente carácter como para que estos confíen en su liderazgo, manteniéndose independientes de los polos extremos, casi sin posibilidades de subsistencia o soportando grandes penurias. Si a esto se suma su persistencia por mantenerse en el terreno hostil, entonces su esfuerzo resulta digno de encomiar.  

La carta de los 74, como otros proyectos de esta última década, demuestra que la sociedad civil que renace en Cuba ha decidido romper con los viejos esquemas que la paralizan. Es posible que estemos en momentos en que se requieran decisiones audaces para salir del atolladero inmovilista. Construir una sociedad democrática entraña retos y peligros. Pero no será el viejo sistema quien se atreva a afrontarlos.

Tampoco lo harán quienes, por razones válidas y comprensibles, han decidido plantar trinchera frente a un sistema que se siente cómodo con ese planteamiento, pero que se desequilibra cuando la confrontación es llevada a la mesa civilizada del diálogo.  

Reconciliar, concertar y reconstruir son las grandes tareas que esperan a quien pretenda asumir el reto de conducir los destinos de una Cuba democrática.

Transitar hacia ese futuro no será fácil. Las decisiones que hoy parecen erróneas, quizás no lo sean vistas desde la perspectiva del mañana. No obstante, cualquier error cometido en el servicio al bien común, sería comprensible. Preferible aún a aquellos que no se produzcan en espera de que otros sean los que cambien el curso de los acontecimientos. Como dijera Guillermo Fariñas en una reciente intervención telefónica desde la Isla, el futuro dirá quien estaba equivocado.



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