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Voluntario a la cañona

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org)  - Dicen que la idea de implantar en Cuba el trabajo voluntario se le ocurrió a Ché Guevara, cuando llegó a la provincia de Oriente en noviembre de 1959, y comprobó que en esa región la población estaba descontenta porque sospechaba el giro comunista que tomaría la revolución.

Pero si fue Guevara o no, es lo de menos. Lo importante es que a lo largo de más de medio siglo de jornadas de trabajo voluntario, el país jamás ha salido del caos económico en que se encuentra. En noviembre de 2007, por ejemplo, el periódico Juventud Rebelde investigó qué pensaba el cubano sobre el trabajo voluntario. A pesar de ser un medio oficialista, se publicaron opiniones diversas y adversas. 

Hasta el Bobo de la Yuca y Cheo Malanga saben que, aunque se llame eufemísticamente voluntario, se trata de trabajo forzado solicitado por el señor feudal. Muerto el “guerrillero heroico”, ejemplos muy cercanos en el tiempo pudieron haber influido para que Fidel Castro se empeñara en mantener el mal llamado trabajo voluntario. En primer lugar se encuentra el hombre que le sirvió de inspiración política en su juventud: Eduardo Chibás.

El líder ortodoxo, latifundista de arranques impetuosos y desboques dialécticos, inestable emocionalmente, dictador dentro de su partido, obligaba a los colonos  de sus fincas cafetaleras a realizar trabajo “voluntario”, tal y como fue comprobado en un contrato firmado por él y publicado en el periódico El Crisol, el 25 de junio de 1951.

También el ejemplo de José Stalin, quien convirtió las prisiones en campos de trabajo forzado -GULAG-, pudo haber inspirado a los hermanos Castro a crear las inolvidables UMAP, Unidades Militares de Ayuda a la Producción, integradas por homosexuales, disidentes, religiosos, y convertidas después en la Columna Juvenil del Centenario. O aquel engendro de enviar durante dos años a campamentos de trabajos forzados a quienes solicitaban la salida del país. Nadie olvida al famoso actor de la televisión, Manolo Gómez, barriendo las calles de Miramar para que lo autorizaran a reunirse con su familia en Miami.

Grandes y costosas han sido las movilizaciones de trabajadores voluntarios a lo largo de estos años, mientras el propio Fidel Castro no dejaba de denunciar la baja productividad del país y el ausentismo laboral, lo que llevó al gobierno a dictar, por primera vez en Cuba se dictara la ley contra la vagancia.

Igual que ocurrió con los israelitas, obligados a trabajar en Egipto; los chinos en la construcción de la Gran Muralla; los negros durante los siglos de esclavitud; y hasta a intelectuales como José Martí, Oscar Wilde, Fiodor Dostoievski, Vicente Blasco Ibáñez y el poeta español Pedro de Trejo, condenados a trabajos forzados en sus respectivos países, desde hace medio siglo los cubanos están obligados a trabajar como castigo, porque la economía castrista nunca ha sido otra cosa que un rotundo desastre.




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