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Reanimando piedras

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - No es posible reanimar lo que nunca estuvo animado. Así que el pretendido programa de reanimación de la calidad en los servicios del comercio y la gastronomía, que ahora se lleva a cabo en La Habana, no debe ser sino otro bulo.

Expertos en no ver aquello que tienen delante de la nariz (exceptuando lo que les conviene ver), nuestros caciques se muestran tendientes a enfocar la mala atención en los establecimientos estatales, así como la pésima calidad de sus productos, como un problema más entre los muchos que han surgido aquí últimamente. 

Lo cierto y de fácil comprobación es que este fenómeno tiene que ver muy poco con la crisis de los últimos años. Es una tara que se gasta la misma edad del régimen. Está moldeada con su propia arcilla. Y tanto es ya lo que han llegado a parecerse entre sí el régimen y la mala calidad de los servicios en sus establecimientos, que realmente resulta muy difícil concebir su erradicación por separados.

Antes nos consolaba pensar que el mal servicio que sufrimos en los establecimientos estatales se debe por completo al hecho de que sus empleados no tienen sentido de pertenencia, que es fruto de la desidia que provoca en ellos trabajar por un mísero salario, sin el estimulante de ganancias extras. 

Pero el surgimiento de las shopping, e incluso la existencia de los pequeños negocios particulares, ha puesto un tanto en entredicho ese argumento de consuelo.

No es que nuestra gente deje de reaccionar, como cualquier ser humano normal, ante el beneficio económico. Es que a la altura de las circunstancias ello no parece ser suficiente. La atención chapucera y el producto mediocre resultan hoy igualmente comunes en todo tipo de establecimiento que opera en la Isla.  
Ya no es algo siquiera inherente al desconocimiento en torno a la cultura de los servicios. Es un déficit de nuestra cultura en sentido amplio. Fruto de una malformación general, de base educativa, que condiciona la inoperancia, la dejadez, la grosería, el irrespeto, la irresponsabilidad y la insensibilidad ante el derecho ajeno como expresiones corrientes, como el modo habitual en que nos tratamos. 

Si así somos en todo momento, no podemos ser distintos detrás de un mostrador, por más que intenten reanimarnos. ¿O acaso se reaniman las piedras?




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