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Los límites de la esperanza

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) - Es muy temprano para celebrar. Todavía la distancia entre las palabras y los hechos obliga a mantener el escepticismo. Aunque es presumible una limitada liberación de prisioneros de conciencia enfermos en las próximas semanas, eso no definiría un escenario regido por la voluntad de un par de caudillos, uno enfermo y el otro haciendo malabares para no cambiar la esencia del socialismo; ambos negados a avalar un plan de transición hacia la democracia.

En este caso, el gesto de trasladar a los prisioneros por causas políticas a centros penitenciarios cercanos a sus lugares de residencia, y a ingresar en hospitales a los que presentan severas afectaciones de salud con el propósito de brindarle una adecuada asistencia médica, no precisamente se traduce en una acción de poderosas connotaciones humanitarias.

¿Quién ha sido el culpable del deterioro físico y mental de decenas de reos de conciencia y sus familiares? ¿Por qué esos niveles de ensañamiento contra personas que no cometieron actos violentos, ni alentaban otra cosa que no fuera el ejercicio de los 30 artículos consignados en la Declaración Universal de Derechos Humanos?

La única compensación que podría quitarle densidad al atropello cometido bajo la cobertura de leyes espurias y decisiones previamente diseñadas en las más altas instancias del poder absoluto, es la puesta en libertad, al menos en una primera etapa, de todos los sancionados por delitos políticos no violentos, estén enfermos o no.

Las dispares interpretaciones en relación a los oficios del Cardenal Jaime Ortega, hay que verlas dentro de un ambiente enrarecido por la conducta de un régimen que tiende a incumplir acuerdos, desbaratar procesos de diálogo y sacar ventajas a partir de la manipulación, realidades que lo distancian de los requisitos para ser considerado un interlocutor serio y responsable.

Los motivos para desconfiar de los contactos de la jerarquía católica con el Presidente Raúl Castro, se refuerzan con la proverbial pasividad de la institución religiosa ante otras encrucijadas, igualmente cargadas de tensiones e incertidumbres. Elementos como el chantaje, la humillación y el desprestigio de la contraparte, constituyen armas recurrentes del gobierno de partido único ante cualquier institución o individuo que no se supedite a la ideología oficial.

Entre los que dudan del encuentro entre el Cardenal y el Presidente, surge la interrogante: ¿intermediario o mensajero? Es decir, para los más suspicaces, estos contactos responden a un diseño elaborado en la jefatura de la Contrainteligencia, con el fin de utilizar a la Iglesia como una pieza en la creación de un ambiente que propicie cierto margen para hacer algunas concesiones, sin otorgarle beligerancia a los grupos de oposición, ni legitimidad a las Damas de Blanco o al periodista independiente Guillermo Fariñas, en huelga de hambre y sed desde el 24 de febrero, hasta que liberen a los 26 presos de conciencia con serios problemas de salud.

Independientemente de las valoraciones personales en torno a la génesis del diálogo Iglesia-Estado en un tema tan escabroso, el asunto también podría verse desde la perspectiva de la necesidad de la nomenclatura de atenuar lo que sería el resultado de la conjunción de varios factores, internos y externos, que mantienen al país al borde del colapso.

A los efectos de la crisis económica, moral y ética que corroe los fundamentos de la nación, se añaden las presiones de una comunidad internacional cada vez más desencantada con lo que sucede en Cuba en materia de libertad de expresión, asociación, los abusos en la cárceles, los atropellos contra los miembros de la oposición pacífica y de la sociedad civil alternativa, y fundamentalmente la muerte del prisionero de conciencia Orlando Zapata Tamayo el 23 de febrero, motivada por una prolongada huelga de hambre en protesta por el maltrato de los carceleros y las terribles condiciones de internamiento. El tiempo se encargará de despejar las dudas. No obstante, es iluso pensar en una solución a fondo del problema a corto plazo.

Estoy seguro que falta tiempo para ver una amnistía general. La indulgencia de Raúl es como su supuesto pragmatismo: algo borroso, como las nubes que ahora pasan por el cielo de la Habana Vieja.

oliverajorge75@yahoo.com  




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