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El último amor de Antonio Maceo

Tania Díaz Castro  

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Apenas se conoce el último amor del Mayor General Antonio Maceo -1845-1896-; aquel bravo cubano que dijo: “La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide: mendigar derechos es propio de cobardes”.

Maceo nació en el seno de una familia de clase media, y a los 23 años lo abandonó todo para luchar por la independencia de su país. Después de haber recorrido miles de leguas a caballo, participado en cientos de combates y conspirado en varios países, se le deshizo el corazón ante el desprecio de una campesina pinareña a la que amó apasionadamente. Se llamaba Cecilia y vivía en un cafetal del lomerío El Brujito, en San Cristóbal, provincia de Pinar del Río.

Allí, donde acampó Maceo con sus hombres el 27 de octubre de 1896,  comenzó su última historia de amor, con aquella mujer a quien llamó Flor Silvestre.

Terminados los enfrentamientos contra las tropas de Weyler en El Rubí y El Jubo, regresó Maceo unos días después al cafetal, en busca de la mujer amada.

“Pero allí se desvanecieron sus ilusiones -escribió el general José Miró, su tan querido Jefe de Estado Mayor-. Halló la esquivez y el reproche. El hombre grande se sintió vencido, completamente vencido. Corazón ardiente y dominado por las pasiones, le producía hondo malestar la claridad del desengaño. Incapaz de maquinaciones para llegar a la conquista de la Flor Silvestre, porque en su corazón no tenían cabida los designios tenebrosos, se sintió infeliz en medio de su gran poder, tan desencantado como un doncel… que hasta le produjo fiebres".

Tanto amó a Cecilia que, según testimonios de Manuel Sanguily, Maceo no acudía al encuentro de Máximo Gómez, cuando el Generalísimo le ordenaba reunirse con él. Cuando Cecilia lo despreció, quienes lo rodeaban vieron cómo cayó en cama por sus penas de amor.

La carta que Cecilia le envía para finalizar sus relaciones hace pensar que dos razones muy poderosas tenía: su marido, con quien vivía, y la fama de mujeriego del héroe.

El último párrafo dice: “Creo a usted no deben parecerles infundados mis temores. Cuando usted va de marcha y le dicen que hay enemigo, ¿no se detiene para tomar precauciones? Pues si se lanza sin vacilar, caería en un abismo de donde le sería imposible salir, o al menos saldría destrozado y entonces no habría remedio. Lo mismo le pasa en este caso a Cecilia”.

Sólo un sólido hogar constituido podía hacerla dudar ante aquel “ bello hombre, de finas maneras, de complexión robusta, inteligencia clarísima y voluntad de hierro”, como lo describió el poeta Julián del Casal.

Unos días después, un lunes 7 de diciembre, caía muerto el Titán de Bronce en el combate de San Pedro, Punta Brava. Llevaba al cuello una bufanda de flores, aún con perfume de mujer. Pero no precisamente de Cecilia, sino de otra pinareña, conocida meses antes, según relató Miró en sus Crónicas de la Guerra.

Más de un siglo después la carta de Cecilia se conoció gracias a un artículo del historiador cubano exiliado Carlos Ripoll, quien la publicó en 1997, en Estados Unidos. Ripoll señala que si Sanguily ocultó la carta durante años fue por prejuicios raciales, ya que Cecilia era blanca.

Sin embargo, es posible que para Cecilia haya pesado más el hecho de que fuera casada, algo que influía mucho más en la moral de la época. Tengamos en cuenta que nunca se ocultaron los amores de Maceo con una joven blanca costarricense, con quien tuvo un hijo.



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