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Luz de la calle y oscuridad de la casa

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Los que todavía elogian el carácter solidario de esto que anacrónicamente llaman la revolución cubana, debieran llegarse un día cualquiera de nuestro tórrido verano por la calle 186 y avenida Tercera, en el municipio habanero de Playa, donde radica una de las instancias de Inmigración que extiende permisos de salida temporal a las personas que van de visita a los Estados Unidos.

Parte el alma ver las aglomeraciones interminables de personas que deben pasar largas horas del día paradas a la intemperie, en un sitio en el que no disponen más que de un solo baño público para decenas y cientos de necesitados, y donde no existe la menor probabilidad de conseguir un vaso de agua o una leve merienda. 

Los sufrientes  son principalmente mujeres de edad madura y ancianas, a las que no les queda otro remedio que encarar el trance de buena gana, movidas como van por la ilusión de volver a ver a sus hijos o de conocer a sus nietos en la otra orilla.

Teóricamente, deben soportar dos veces el sacrificio de asistir a ese lugar: primero, para entregar documentos, y luego, para recoger el permiso que les propicia comprar pasaje. Pero en la práctica esas dos veces suelen convertirse en cuatro o en seis, debido a la desidia con que habitualmente son atendidos por la burocracia estatal los trámites de personas que se reconocen no afines con el régimen. Más cuando estos trámites están relacionados con “el enemigo imperial”.

De muy poco o nada parece valer el hecho de que las visitas a los Estados Unidos constituyan un sustancial negocio para ellos. Sólo por presentar los documentos y obtener la aprobación hay que llevar por delante un sello que cuesta 150 cuc. Y son muchas, cientos de miles, las personas que se encuentran tramitando permanentemente estos servicios a lo largo del archipiélago cubano. 

Eso sin contar los gastos concernientes al resto de las gestiones, que son diversas, todas caras y en una moneda que casi nadie recibe aquí por su trabajo.

Es una constante muy propia de nuestro sistema de poder totalitario no corresponder con una eficiente atención a lo que desembolsamos por los servicios públicos, por demasiado que sea, y sin que importe el sacrificio que nos cueste.

Se trata de un mal congénito y crónico, cuyos fundamentos radican en la seguridad que experimentan los burócratas al saber que no existe competencia, así que por muy mal que nos sirvan, siempre tendremos que morir con ellos.

Claro que en este caso, ya que no pueden aspirar a ser tratados en correspondencia con el alto precio que pagan por el servicio, nuestros compatriotas, mayormente mujeres maduras y ancianas, merecerían al menos recibir el favor de ese espíritu solidario por el que tanto ensalzan al régimen allende los mares.




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