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De amigos y destierros

Luis Cino (PD)

LA HABANA, Cuba, julio ( www.cubanet.org) -Recuerdo perfectamente los días que antecedieron a la ola represiva de la primavera de 2003. Casi puedo sentir el olor de aquellos días de mediados de marzo. Empezó rara aquella primavera. Los amaneceres eran fríos y los días cálidos. A veces de noche caían fuertes aguaceros.  

La última vez que vi a Pablo Pacheco en libertad fue una noche de marzo que llovía a cántaros. Íbamos contándonos planes en un atestado ómnibus de la ruta P-1 de Miramar a El Vedado. Regresábamos de la casa de Ricardo González Alfonso en Playa. A la mañana siguiente Pablo regresaba a Ciego de Ávila.  

El día anterior  acompañé a Normando Hernández a una gestión en El Vedado. Nos encontramos en el parque frente a la Universidad. Normando se paró frente a la escalinata y tomó varias fotos. Quería llevarse una foto de Alma Máter a Camagüey.  

A Pablo y Normando los había conocido hacía unas semanas en la casa del periodista y escritor Ricardo González que dirigía la revista De Cuba, en la que trabajábamos. La casa, invariablemente vigilada por los segurosos, con más o menos disimulo según las circunstancias y sus intereses represivos, era un hervidero de periodistas y opositores por aquellos días. El trabajo en la revista, quién lo duda, era una fiesta de la libertad y los amigos que no sospechábamos iban a interrumpir tan pronto.    

Un par de días después, Pablito y Normando estaban presos y condenados en juicios sumarios por fiscales de plomo a desmesuradas condenas. También Ricardo, que fue de los primeros encarcelados de los 75 de la primavera de 2003. 

Paradójicamente, en los meses que siguieron a su encarcelamiento, cuando parecía que todo estaba perdido, las cartas desde la cárcel de Raúl Rivero y Ricardo González (los poetas tirándole a la escopeta) contribuyeron a devolverme el ánimo. El muy jodedor criollo de Ricardo, siempre optimista, aseguraba estar libre entre barrotes. “Cuando no estoy bien, estoy mejor”, repetía entre un traslado de la cárcel al hospital y viceversa.   

En los últimos meses pude conversar varias veces con Pablo Pacheco por el teléfono pinchado por los escuchas de la Seguridad del Estado cuando llamaba desde la Prisión Provincial de Canaleta a casa de Juan González Febles para grabar sus trabajos para Primavera Digital. ¿Quién iba a decir, con tantas rejas, muros y carceleros de por medio, que íbamos a volver a trabajar juntos? 

Por eso, no importa que estén ahora en el  destierro (digan lo que digan, no es otra cosa) no pierdo la esperanza de volver a estar junto a ellos como antes de marzo de 2003. De caminar por la calle 87 rumbo a casa de Ricardo, cruzar la cerca y llegar a su jardín, donde volaban los colibríes, siempre olía a mar y a café recién colado, para escuchar en primicia los versos de Raúl, nuestro poeta privado y soñar y brindar por la patria mejorada y amplia en que todos tuvieran cabida. 

Me place recordar aquel tiempo (no puedo hacer nada mejor) ahora que ronda la pena de no haber podido abrazar a los hermanos, siquiera para despedirlos antes de partir al destierro. Por mucho que el Compañero Fidel y ciertos pastores evangélicos nos quieran deprimir con sus apocalípticos anuncios de que el mundo se va acabar la semana que viene, este no es el fin de los tiempos. Sé que mis amigos vendrán de todos los confines del exilio, nos volveremos a encontrar y todo será mejor. A pesar de los aguafiestas, no puede ser de otro modo. 

Para entonces  cumpliré  las deudas pendientes con mis amigos. Un paseo con Raúl El Poeta  por la calle Obispo.  Una botella de ron Niño de Fuego con Ricardo en el cumpleaños que le debo para cualquier febrero. Y ¡al fin! los datos de los peloteros que me encargó Pablito desde Canaleta. Estoy seguro comprenderá la demora. Él sabe que la pelota me atrae tanto como el reguetón o los discursos de Machado Ventura.

luicino2004@yahoo.com  



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