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El gol que nos hará campeones

Miguel Saludes


MIAMI, Florida, julio,  www.cubanet.org  -Restan pocas horas para el pitazo final del mundial de futbol 2010 en Sudáfrica. Si me hubiera dedicado a las apuestas, tal vez habría sacado. Acerté decir que la Copa se quedaba entre europeos y que el ganador podría ser una novedad. No tanto como al famoso pulpo, que desde las aguas de una pecera en Alemania ha predicho certeramente varios de los resultados, incluida la derrota del equipo teutón frente a España.

Las novedades de este mundial que concluye comenzaron cuando la sede fue otorgada al primer país del continente africano en celebrar este tipo de eventos. Algunos dudaron del acierto de esa decisión.  Los temerosos no confiaban en la capacidad organizativa de los sudafricanos y hasta alegaron serios problemas de seguridad. Ninguno de estos recelos quedaron justificados, y los juegos se desarrollaron impecablemente.

Aunque los anfitriones estuvieron en la justa por el trofeo, no se esperaba mucho de sus habilidades. Efectivamente quedaron eliminados en la primera ronda. Sin embargo a ellos corresponde el aplauso y el reconocimiento por un triunfo que va más allá del trofeo mundialista. Una ovación que pertenece a la sociedad, a su gobierno y a un hombre excepcional. El ciudadano Nelson Mandela se anotó el gol de oro que le acredita a él junto a su nación, estar en el sitial de honor que le asignara la historia.

¿Qué nos deja la celebración del Mundial 2010 además de horas de sano disfrute y la entrada de un nuevo campeón en los anales futbolísticos?

Sudáfrica, un país con grandes problemas, demostró una vez más los beneficios de la cordura aperturista frente a la práctica de una cerrazón fanatizada. Que el preso más antiguo del mundo saliera de la cárcel para encabezar un proceso de diálogo con los representantes del sistema de apartheid, que lo había condenado a prisión perpetua, constituye un hecho relevante. Pero que después el excarcelado se convirtiera en el primer presidente negro de una sociedad lacerada por un sistema racista; que esta solución llegara por la vía de los votos y que desde entonces la raza dominante pudiera convivir con aquella mayoría que habían humillado, sin siquiera verse en la disyuntiva de abandonar la tierra, patria de ambos por igual, constituye una enseñanza maestra universal.

Ahora, el país que quedó  marginado de toda participación deportiva, sancionado por la aplicación de un sistema de segregación racial, organiza con éxito uno de los eventos más importantes del mundo en el terreno deportivo. Y lo hace integrado en un solo rostro, blanco y negro, donde todos juegan y participan como un ser único, en una sola nación de raíces múltiples, como simboliza la bandera donde se superponen las coloridas franjas del pan africanismo sobre el tríptico naranja-blanco-azul holandés. 

Mientras otros ex gobernantes se ocultan por miedo a mostrar el lado débil, de su vida humana efímera, el ex presidente Mandela, anciano y visiblemente gastado por noventa años de duro bregar, saludó a su pueblo y al mundo, en la inauguración del nuevo sueño que ayudó a materializar. A pocas horas de iniciarse el mundial enfrentó con entereza el entierro de una de sus biznietas, de apenas trece años, muerta en un accidente. Las vuvuzelas no dejaron de atronar y las pelotas siguieron rodando por las canchas. Mandela continuó siendo el ciudadano sencillo enfrascado en su dolor personal. 

Mientras el mundial vivía sus últimas horas, desde la lejana Cuba se alzó la voz de otro viejo ex gobernante. Lo hizo para predecir el apocalipsis de una Tercera Guerra Mundial, asegurando que nunca llegaríamos a ver el final de la Copa. Incluso marcó con su reloj mortífero el minuto exacto en que se desataría el infierno destructor. Manía de tirano enfermo, acomplejado y envidioso de la luz que otros consiguen encender para bien de la Humanidad.

La Copa Mundial celebrada en Sudáfrica verá alzarse a un nuevo campeón. Brasil 2014 será  el nuevo reto para los que quieran conquistar o retener el título. Se me antoja que este Mundial quedó como un símbolo para muchos otros retos. Para los cubanos significa la construcción de una sociedad abierta al diálogo, donde no quede lugar para rencores, pases de cuenta y odios, nuevos o acumulados. Un proyecto donde no haya espacio para la sordera y los ánimos de enfrentamiento, que quieren imponer ciertos pregoneros de la guerra y la muerte. Como hizo Sudáfrica, guiada por un líder ejemplar.




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