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Entre el bunker y el confesorio

Luis Cino (PD)

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Confieso que envidio la suerte y el optimismo a prueba de cañonazos de katiushkas de ciertos monseñores. Dice el obispo auxiliar de La Habana y secretario ejecutivo de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, monseñor Juan de Dios Hernández, que ahora que hablan con generales, estos los escuchan, les permiten hablar con toda libertad y no encuentran resistencia. 

Suerte que tienen algunos y de la que han estado privados los cubanos durante más de medio siglo, en que sólo han podido repetir lo que los jefes infalibles querían escuchar. ¿O será que los mandamases escuchan a los monseñores como quien oye llover y les dicen que sí para que se callen? 

Lo que se dice opinar y hablar francos y sin tapujos, ni siquiera los académicos oficialistas, dentro de la revolución, pueden traspasar determinados límites. Ni siquiera después que el general Raúl Castro llamó al debate y el periódico Granma empezó a publicar las cartas con gallo tapado y espuelas de truco de los viernes. 

Que nadie se llame a engaño porque a tres académicos de la diáspora les hayan dado permiso para aportar un puñado de ingenuidades en la Semana Social Católica. Pueden preguntar a Esteban Morales, separado de las filas del Partido Comunista por escribir un artículo contra la corrupción, la nueva y más peligrosa contrarrevolución, que decía él creído que prestaba un favor a la causa. Pero ahora, en vez de apelar al Comité Municipal, el compañero Morales, fané y descangayado, haría mejor en afiliarse al partido por crear de los comunistas en pijama que no caben entre los flancos de hierro oxidado del PCC. 

Últimamente, cada vez que a los cubanos de a pie y casi descalzos de tan rotos que tienen los zapatos, sin voz ni otro voto que no sea el que depositan sin ganas ni esperanzas por los delegados del Poder Popular, oyen hablar de diálogo y reconciliación, se sienten como mal pagados extras contratados para rellenar escenas de multitudinarias batallas, y que de pronto se ven en una comedia sentimental, ajena en la que no tienen cabida frente a las cámaras, ni siquiera un segundo, entre los asistentes a la boda del consabido final feliz. 

Esto del final feliz, que realmente no se avizora por ningún lado, es una mala metáfora. Los generales estarán en las sacristías, pero los presos políticos y de conciencia siguen en las cárceles, y ahora mismo Guillermo Fariñas agoniza en la sala de cuidados intensivos de un hospital de Santa Clara. ¡Y así hay quien habla de avances muy positivos en el diálogo entre la iglesia católica y el gobierno! 

Porque, no sé qué  pensará Moratinos, pero no deben ser resultados del diálogo los más recientes avances en el terreno de los derechos humanos y la reforma económica, a saber: los acuerdos para construir marinas y campos de golf para turistas canadienses y europeos y la anunciada operación de cambio de sexo, con la venia del CENESEX, de dos mujeres que quieren ser señores. 

El diálogo, si lo hay y no es un monólogo mal escrito y peor declamado, es exclusivamente entre generales y monseñores. De él quedaron excluidos el resto de los cubanos. Pero con sotanas y uniformes, entre el bunker y el confesorio, con tantos intereses en juego, es difícil hablar de la vida real.  

Y es una pena que no se decidan porque el diálogo sea tal. Ojala no se pierda también esta oportunidad.  Retranqueros, fariseos y tartufos, deben tener cuidado si sólo quieren ganar tiempo, sabrá Dios para qué. Puede haber una bomba oculta en el pastel de la boda del final feliz. Lo más probable es que les estalle en la cara. Y ese, digan lo que digan los extremistas y arranca-pescuezos de ambos bandos, es el menos aconsejable final para la película.

luicino2004@yahoo.com




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