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Cocina al minuto

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) – La gente está en ebullición. Sin embargo, el puchero político con sazón ideológica en que se cuecen los destinos de la isla, no satisface el gusto ni mitiga el hambre de miles de comensales.

Nadie se pone de acuerdo. Mientras unos alegan que al desabrido ajiaco económico cubano le hace falta un toque de salsa china, otros exigen cualquier receta que borre el mal sabor dejado por el salcocho socialista como único menú. Eso sí, todos desean cambios de ingredientes. Están convencidos de que es la única forma de que el puchero pueda cuajar. Las recetas sobran, aunque la obstinación del chef también. Las promesas de usar fórmulas más digeribles lanzadas  por las autoridades para mejorar la olla revolucionaria, no han logrado que las propuestas de nuevos aderezos cambien el insípido ajiaco que hierve en la cazuela, sobre el fogón.

Tanto dentro como fuera de la Isla, los cubanos no creen en la eficiencia de un cambio de receta que contenga un falso colorante de plena igualdad, ni en la mezcla de una masa de socialismo con un picante de capital.

A pocos ha beneficiado que a la salsa revolucionaria se le agregaran unos turistas más. Que Venezuela avive la candela de ilusiones en nuestro fogón, o que los Estados Unidos impidan a unos y autoricen a viajar a otros, y vendan tantos productos alimentarios a la Isla como cualquier otro país.

El problema y la solución están aquí. No con un pase de sotana sobre la olla para bendecir y multiplicar el sopón. Tampoco con el caldo gallego puesto a baño de María por la Unión Europea, y mucho menos con cartas de recetas viejas que nada cambian y sólo logran agriar a los buenos cubanos.

La cocina, el chef, lo que se comerá y cuál será su sabor, debemos elegirlo los cubanos. Los que se encuentran desperdigados por el mundo,  y los de aquí.

Y aunque resulta más fácil que un intermediario de la finca El trompón venda la luna en un agro mercado antes de que dos cubanos se pongan de acuerdo (ya sean líderes de la oposición, del partido comunista, o del pueblo), debemos cambiar. Tal vez con mayor ambición y presteza que las expuestas por estos ciudadanos en opiniones que, aunque bajitas de sal, comienzan a matizar los sabores del ajiaco nacional.

“Hay que hacer cosas nuevas, pero mantener las cosas buenas”, dicen algunos trasnochados comunistas de salón, que todavía recuerdan la época de los pimientos búlgaros en conserva, la carne rusa enlatada y las uvas de Rumania.

“Los tiempos exigen mayor rapidez en la toma decisiones”, exigen otros cubanos con medio siglo de experiencia frente al mismo sopón, con similares ingredientes y elaborado por el mismo chef.

“¿Por qué nos meten tantas mentiras?”, preguntan quienes lanzaron la puerta por la ventana ante el anuncio de que los cambios tendrían inmediatez, y se han encontrado con que la olla continúa hirviendo, a fuego lento.

Y aunque tanto las autoridades como el pueblo conocen que se encuentra a punto de explotar, siguen sin ponerse de acuerdo en el sabor. Al parecer, los que quieran nueva sazón tendrán que ponerse a cocinar.




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