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Inanición moral

Luis Cino

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - En  Viena, en 1946, la doctora Adelheid Wawerka sentenció: “Una dieta de sólo mil 500 calorías diarias es demasiado pequeña para vivir y demasiado grande para morir”. 

En la arrasada Europa de la posguerra, los efectos del hambre eran objeto de numerosos estudios médicos. Pero su reflejo en el alma y en la conducta de las personas resultó un asunto mucho más complejo. Al respecto, los libros de Curzio Malaparte y las películas del neorrealismo italiano no exageraron. 

Luego del Período Especial cubano, que nadie sabe con certeza si terminó o se reinicia con nuevos rigores y tal vez otro eufemismo para designarlo, ¡vaya si sabremos los cubanos de estos temas!  

Los tiempos del picadillo de cáscara de plátano y la polineuritis afortunadamente pasaron, pero la dieta cubana sigue bien distante de las ideales 2 mil 500 calorías que debe consumir diariamente una persona adulta. Se calcula conservadoramente que la dieta diaria de un cubano promedio (de los que comen arroz y frijoles y, con suerte y sobre todo bastante dinero, vegetales, huevo y esporádicamente alguna carne), está entre las 800 y las mil 500 calorías. Justamente las mil 500 calorías fue el límite que señaló la doctora Wawerka para lo que llamó la “inanición científica”. 

La dieta de hoy en Cuba, agravada por los bajos salarios, los altos precios, la dualidad monetaria, la escasez de viviendas y de casi todo lo demás, es demasiado pequeña para vivir con dignidad. Como bien escribió el fraterno colega José Fornaris: “Llevar dos morales es una carga aplastante, pero se logra sobrevivir porque, resulta evidente, no se tiene en cuenta ninguna”. 

Peor y más difícil que el hambre y la miseria, es curar la inanición moral de tantas décadas. La que inventa justificaciones para el robo y la prostitución. La que convierte a ladrones, putas, chulos y pingueros en “luchadores”. La que hace encogerse de hombros y fingir que no se ve ni oye nada cuando roban comida en un hospital o un círculo infantil, en las guaguas actúan impunes los carteristas y los timadores de las chapitas, el vecino borracho muele a golpes a su mujer, arrebatan un bolso  a una anciana o los policías aporrean en la calle con sus tonfas a un joven que se hizo sospechoso y que “se  resistió”. Eso y más, en medio del desmadre y el sálvese el que pueda, se ha vuelto “lo normal”.  

Pensaba en todo esto hace varias noches cuando veía en la televisión (donde siempre hay de todo y en abundancia) un reportaje sobre el desabastecimiento en los agro mercados estatales, que desde julio del pasado año están bajo la dirección del Ministerio de Comercio Interior. Los clientes se quejaban de las tarimas casi vacías. Luego, funcionarios del Ministerio de Agricultura dieron las habituales excusas (esta vez, la falta de fertilizantes) y explicaron que trabajan para solucionar el problema a más tardar para la primavera.  

El reportaje tenía como fondo la Quinta Sinfonía de Ludwig van Beethoven. De la calle llegaban los gritos de una bronca de borrachos. No sé por qué me vinieron entonces a la mente los estudios de la doctora Wawerka y los libros de Curzio Malaparte.

luicino2004@yahoo.com




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