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El rejuego de las verdades

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, febrero, (www.cubanet.org) -En tiempos de crisis se agitan las ideas como los peces en los rápidos y “a río revuelto, ganancia de pescadores”. 

El artículo de opinión “Prepotencia anticastrista”, publicado en El Nuevo Herald de Miami, de Alejandro Armengol, llama mi atención en medio del remolino de opiniones y juicios sobre Cuba. No tanto por la calidad del texto y el canónico despliegue de sus argumentos, sino por ciertos “aspectos interesantes” de actualidad,  abordados.

Los primeros dos aspectos derivan de su juicio acerca de algo tan concreto como es “el gran derroche de fondos públicos” gastados durante años con el fin de “avanzar la libertad en Cuba, fortalecer la sociedad civil y favorecer el respeto a los derechos humanos”.  Al exponerlos, maneja con habilidad algunas verdades innegables, pero sin ir más allá.

Primero, Armengol cuestiona los gastos realizados en distribuir cientos de miles de folletos sobre la importancia de los derechos humanos entre la población de la isla. Considera sobrevalorada la función de esa propaganda, la que, a sus ojos, sólo sirve para satisfacer a círculos de Miami, porque en definitiva, los cubanos están “hartos de propaganda política”.

En el segundo de los aspectos que desmonta sobre un fundamento de sus verdades,  opone  argumentos, que pudieran parecer demoledores a primera vista, en relación con los fondos destinados al “incremento de la prensa independiente” en la isla y al real impacto que tienen en la opinión pública la información que ésta produce.

Los cimientos sobre los que erige su juicio personal acerca de este aspecto están compuestos de las dos descalificaciones indispensables que esgrimen los críticos de la “prensa independiente”, allá y aquí,  plagada (a vuelo de pájaro) de “artículos de poca calidad y reportajes mal hechos”. Y no deja de ser verdad, aunque a medias, como son el picadillo de soya y el jamón “Viking”, parte incuestionable de nuestra realidad alimentaria.  Enseguida, introduce el autor dos interrogaciones para mover al lector a comprender la ignorancia de la realidad que vivimos, “nos –otros mismos”, al aludir a la falta de credibilidad de los hechos reportados, a la ausencia de novedad en la información o, en términos periodísticos, la falta de foco noticioso en el tratamiento de la información.

A continuación,  pluma en ristre y adarga al brazo, se arroja a calificar a estas dos vertientes de “hasta cierto punto secundarios”, al compararlas con fondos públicos invertidos en lo que el llama “turismo político”.

De un tirón, Armengol, erigido en defensor del dinero de los contribuyentes norteamericanos, expresa lo que parece ser el real objetivo de su artículo: la exhortación a Washington para que elimine la financiación con fondos públicos de cualquier  plan de “una supuesta transición democrática en la isla” y que la ayuda sea destinada exclusivamente a un fondo humanitario para los opositores presos.

Según el autor, todo lo anterior podría propiciar la aplicación de formas más efectivas en la defensa de los derechos humanos en la isla, sacaría del juego a “burócratas, políticos y vividores” y  facilitaría que la realidad cubana se muestre al mundo con similar impacto al de Esther Williams saliendo del agua en aquellos musicales inolvidables de los años 50.

Evidentemente, cincuenta años de “ayudar a la libertad de Cuba” podrían fatigar al más generoso de los filántropos. Asimismo, medio siglo sin alcanzar la meta ansiada, podrían hacer desistir al más obstinado de los perseverantes. Además, mantener la invariabilidad durante tanto tiempo de una política que aun no arroja los resultados deseados desestimula al más incansable.

No obstante, si bien la preocupación por la ayuda humanitaria a los opositores presos es indiscutiblemente una buena causa, igualmente pudiéramos razonar que los presos nada pueden hacer por cambiar esta realidad que vivimos por la simple razón de vivir encarcelados.  Esa sería otra buena razón para asegurar el inmovilismo del régimen.

Por otro lado, tendríamos que considerar hasta qué punto quienes  mantienen viva “la prensa independiente”, a pesar de admitir la falta de profesionalismo en el tratamiento de la información en muchísimos casos, se afanan, para lograr solamente el rechazo de los “profesionales del sector” y unas “migajas”, como apunta el señor Armengol. A pesar de ser inexpertos a veces, por no gozar de una formación apropiada,  por la falta de asistencia técnica y profesional adecuadas, por la miseria tecnológica del  país, y la de ellos mismos, para facilitar una mejor comunicación, por la falta de información sistemática y la ausencia de un servicio de prensa eficaz.

Sin contar con el riesgo real  que vivimos en Cuba por ser un “periodista independiente” – algo que no sé de oídas, sino por experiencia-, aunque los medios oficiales repitan que ningún periodista independiente ha de temer por su vida.

La realidad cubana no es una sola. Ni puede caber en una única verdad.  Porque la “verdad de la realidad cubana” está compuesta por las verdades que millones de cubanos tienen como experiencia vital tras cincuenta años de desasosiego, traiciones, sobresaltos y mezquindades que aún no cesan  de caernos como un aluvión de mala suerte, aunque tampoco nos  ahorren  la mala  muerte.

Los cubanos,  en mayoría, desconocemos la libertad de elegir el destino de nuestras vidas y esto, aunque suene a mal guión, es todavía una desdichada realidad. Los cubanos no saben de leyes porque “en la vida real” casi que respirar es ilegal. Ignoran cuales son los derechos humanos porque nunca han vivido en el respeto a ellos. Y para nos-otros, los cubanos de a pie,  durante generaciones  no han significado más que letra impresa y un sueño difícil y  duro de lograr.

Sueño difícil, duro y áspero de lograr por todo lo que hay que sacrificar, si queremos vivir aquí sin engañarnos: familia, posible bienestar, amistades, reconocimiento social, aceptación, una simple vivienda y, sin exagerar, en ocasiones, hasta el agua potable.  Es el precio a pagar por no creer en lo que la propaganda oficial dice y pregona, por vivir de cierta manera, aparte y a pesar del Estado socialista y ante todo, por decirlo.

El mundo cree más a los vencedores y poderosos que a los sojuzgados que no logran romper con lo que los ata. Pero, esta vida no nos da más oportunidades que la de vivir sobre el filo de esta navaja, otra faceta verídica de la realidad que vivo.




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