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El último invento

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Manolo se levanta a las 4 AM y marca en la cola del periódico. Catalina sale a las 6 AM a buscar el pan en la panadería de la Cadena cubana del pan, donde lo venden a diez pesos. Regresa y cuela café para el resto del batallón antes de levantarlos a todos.

En Cuba, que tiene una población de poco más de once millones de habitantes (junio 2009), hay cerca de dos millones que tienen entre 60 y 85 años. Para la mayoría de estas personas de la tercera edad, la cotidianeidad se reduce a hacer los mandados y a inventarse la otra vida, seguramente la última que vivirán.

Conozco a una anciana que hace veinte años vende velas, estampas de santos y azabaches contra el mal de ojo en las puertas de varias iglesias habaneras, sobre todo en los meses de septiembre y diciembre. Siempre la encuentro a la puerta de las iglesias de la Merced, en la de Regla, y a final de año la saludo en el Rincón, el 17 de diciembre.

Manolo, después de comprar el periódico, que no lee, sino revende por un peso, marca en la cola de Familiar, una cantina para personas mayores con muy escasa economía, donde compra un almuerzo a bajo precio. De allí retorna a su casa con su bolsa plástica en la mano y el bastón en la otra para almorzar. Otros van al parque cercano y se sientan a conversar de cualquier cosa, mientras toman el sol.

Está también el borracho del barrio, que desde una esquina del parque llama a alguien que solamente existe en su nube de ron barato. Vive cerca pero duerme en cualquier portal. Aunque tiene familia, los hijos prefieren dejarlo fuera de su casa, por los desbarajustes que forma en sus delirios etílicos. Dicen que fue un hombre correcto, que enviudó y desde entonces comenzó su debacle.

Al recorrer la ciudad, observo a centenares de personas de la tercera edad que venden desde sobres de café y tubos de pasta de diente, hasta hebillas de pelo, pañuelos, calcetines,  maní y otros comestibles. En la parada del ómnibus, cuando regreso a mi casa, de noche, siempre tropiezo con un señor que vende maní a los pasajeros de las guaguas que pasan.

No sé qué me tocará a mí dentro de unos años. Pero de lo que estoy seguro, si los cambios que la mayoría de la población espera no llegan, es que algo tendré que inventar, porque aquí en Cuba, para poder vivir en la tercera edad hay que hacer “el último invento”.




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