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La vuelta de los bolos

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Se nota particularmente reactivada en estos días esa bolita que nos sube y que nos baja a los cubanos, bien por el torrente de la ideología, de la nostalgia o de las tripas. Es la herencia que nos dejaron los soviéticos, a los que antes, cuando eran soviéticos, asumíamos como rusos, de igual modo que ahora reasumimos a los rusos como si fuesen soviéticos, es decir, bolos, ya que así les llamamos.

La causa de esta particular reactivación, la visible, la menos secreta, es la asistencia de Rusia como invitada especial a la XIX Feria del Libro en La Habana.

Nuestras viudas de Stalin y nuestra rancia secta de la hoz y el martillo permanecieron en ascuas durante varios meses, en la víspera, preparándose para el reencuentro. De modo que han tenido tiempo para montar el espectáculo, destinado a hacernos creer (o a creer ellos mismos que nos hacen creer) que el espíritu y las conquistas de la URSS continúan animando al pueblo ruso, el cual cada día extraña más y más unánimemente la cortina de hierro, los planes quinquenales del konsomol y los vuelos al espacio de la perrita Laika.    

De cara al resultado de su labor, es de presumir que nuestros viejos comisarios políticos hayan rejuvenecido últimamente, mientras disponían qué autores y qué libros rusos editar, qué películas exhibir, que personalidades entrevistar para los medios de prensa, qué imágenes recrear en el noticiero de la televisión, de manera que la vuelta de los bolos sea aceptada aquí no como lo que es (un remedio de consuelo y un cómico ejercicio de caritate para con los yanquis), sino como una constancia de que la URSS vive entre los rusos, tal como en nosotros se mantiene vivita y coleando la ilusión de volver a ser sus hijos bobos.

Porque dicho sea con justicia, no son pocos los que todavía extrañan aquí el arrollamiento de la URSS en sus rol de madre colonial. Y al parecer no es para menos. Ya que nos mimó más que España, llamándonos camaradas e incluyéndonos bajo la aparente condición de iguales en el coro de La Internacional, a la vez que nos llenaba las despensas con latas de pollo a la jardinera, y las pantallas de los televisores con muñequitos de palo, y los bosques con radares y cohetes, y los sueños con ínfulas de conquistadores geopolíticos, y los pechos con medallas por la participación en guerras y guerrillas de medio mundo.

Cualquiera diría que al final lo que más nos gusta es lo que nos asusta: nuestra vocación de hijos bobos. Sea de España, Estados Unidos, la URSS o Venezuela.




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