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Una familia de Pedros

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Nunca imaginé que en el pueblo de Santa Fe, situado al oeste habanero, aparentemente tan tranquilo y sin un pasado turbulento, descubriera a cada rato historias realmente impresionantes, como por ejemplo, la historia de los Pedros.

Son cinco en total: Pedro el padre, tres hijos que se llaman como él, y el más pequeño, José Luís. Todos viven en la misma casa, en calle 19 entre 306 y 308, aunque dividida a lo largo en varias partes independientes, como si se tratara de una cuartería.

La familia de los Pedros arrastra el nombre desde que el primero de ellos, Pedro Fleitas, llegó a Cuba en el siglo XVIII, desde Cataluña, con boina y alpargatas en busca de trabajo y fortuna, y entre vacas y toros, en el mismo lugar donde hoy todos los Pedros viven, en el reparto El Roble, comenzó a trabajar como vaquero.

Curiosa familia que llama la atención. El padre, un militar hoy retirado y excombatiente del 26 de Julio, organización que comandó en la clandestinidad Fidel Castro. Se casó tres veces y tanto su primera mujer como las dos últimas, pusieron a sus primogénitos el nombre de Pedro. Pedro no estuvo muy de acuerdo con la idea, pero terminó por aceptarlo. Según me dijo sonriendo: ¨ las mujeres siempre tienen la razón ¨.

Así que en esas cuatro casas, separadas por un par de metros entre sí, vive un montón de Pedros, lo cual hace que llamarlos e identificarlos -todos se parecen entre sí-, sea un gran problema.

El último de los hermanos, que precisamente no se llama Pedro, sino José Luis, siempre fue el más travieso, anda prófugo de la justicia por matar una vaca y a un custodio de una de las lecherías de Raúl Castro. Para cumplir su larga condena le faltan tres años.

El mayor de los hijos, tan serio como todos los Pedros, tampoco ha tenido suerte en su vida. En 1990, posiblemente el año de más hambre en Cuba, Pedro le aguantó una pata a una vaca para que otro la matara. Cumplió 13 años de prisión. El delito en Cuba de hurto y sacrificio de ganado vacuno conlleva largas condenas de cárcel. Hace solamente tres años que salió en libertad. A cada momento del día recuerda con rencor no haber podido criar a sus dos hijos varones, Yadiel y Yaely. Eso ha amargado su carácter.

Le pregunto por qué puso esos nombres a sus hijos y me dice extrañado: ¿Y qué iba a hacer, si en nuestras casas hay ya cuatro Pedros? 

Le pregunto a qué se dedican sus hijos. El más pequeño, Yaely, trabaja en una fábrica de pintura de Santa Fe, casi siempre parada por falta de materia prima. El mayor se fabricó un carretón, se compró un caballo y hace trabajos particulares de transportación.

Él, con sus casi cincuenta años, trabaja por su cuenta en lo que sea. Lo mismo hace un arreglo de electricidad que de carpintería. También, a escondidas de la policía, vende huevos criollos de las gallinas que tiene su mujer en el patio.




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