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Sala Mestre del hospital Calixto García

Jorge Olivera Castillo, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - Hay manchas de sangre pegadas en las estructuras metálicas de varios camastros. No es la única muestra para comenzar a padecer el zarandeo de los escalofríos. El churre en las paredes forma parte de lo que abofetea la razón, además de constituir un de punto de partida para llegar a la confusión y el insomnio

Sobre el piso pulimentado corre el agua, fluye desde los servicios sanitarios y va anegando el espacio disponible. Un tragante tupido y la ausencia de un plomero son las causas de la inundación.

Dos mozos de limpieza se las ingenian para contener el derramamiento de agua. Secan el área empapada y al poco rato deben reiniciar sus labores. Lo hacen varias veces al día. Se empeñan en cumplir con su contenido de trabajo, pero la tubería obstruida termina por empañar el éxito de su trabajo. Al final, el agua termina empozándose en  el suelo.

Una mirada a uno de los ventiladores empotrado en la pared, despeja las incógnitas. No es herrumbre lo que tienen las varillas circulares de la careta, ni una capa de pintura negra las aspas que mueven las telarañas.

Milagrosamente, estos equipos funcionan a pesar del polvo convertido en una costra formada por mierda de moscas, cucarachas y miles de partículas ambientales que entran por los ventanales.

No hay dudas de que nunca se han limpiado. Están ahí como si fueran apéndices de las paredes dotadas de capacidad para mostrar las jerarquías del olvido. 

Por más esfuerzos que se inviertan no es posible captar una señal de confort. En las pupilas se define un paisaje de miseria y desconsuelo que queda impreso en la mente de cada testigo.

Todavía están frescas las imágenes de los colchones de esponja sin forrar, con sus lamparones de grasa y carcomidos por las esquinas. Son las postales de un desastre local. No hay que ir a Haití para recoger en vivo y en directo las muestras de una desolación que ha sabido ocultarse en una ideología que persiste en venderse como paradigma.
Tales exposiciones tienen su origen en un lugar de Ciudad de La Habana. Se trata de la sala Mestre del Hospital Calixto García.

Lo aquí relatado es algo común en la mayoría de las edificaciones de este hospital donde, para trasladar a un enfermo con el propósito de realizarle un examen clínico fuera de la sala donde está ingresado, el familiar debe sobornar al chofer de la ambulancia, o salir a “luchar” un sillón de ruedas por sin la certeza de conseguirlo a tiempo.

Otra anomalía radica en que las labores reconstructivas de la institución llevan varios años de iniciadas, sin que se note un avance en relación al monto de los recursos invertidos, tanto humanos como materiales.  Sin embargo en este tiempo muchas personas residentes en la zona concluyeron las reparaciones de sus inmuebles, incluso han construido otros nuevos, gracias al robo de materiales de construcción. 

La cifra de muertes provocadas por negligencias del personal médico, y las pésimas condiciones de hospitalización no se contabilizan, aunque se sabe que existen.
A no ser a los familiares, ¿a quién le importa el dolor ajeno? Sobre esas premisas se asienta la mentalidad de una población que pierde, a pasos de gigante, sus referentes éticos y morales.

Por eso, al ingresar en cualquier hospital, una de las primeras impresiones al observar el entorno, es que se ha llegado a un sitio embrujado que huele a muerte.

No sé si al tipo de la guadaña le dé por llevarse a mi vecina que permanece ingresada en el Calixto García. En la sala Mestre esos raptos son como coser y cantar, un procedimiento trivial y sin protocolo.

oliverajorge75@yahoo.com  




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