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La isla de los niños

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RIO, Cuba, febrero (www.cubanet.org) - La etapa de la niñez es la más apacible de nuestras vidas. No protestamos por nada, o casi nada. Nos dirigen los mayores y lo aceptamos. Son ellos los que van trazando el derrotero con el afán de moldearnos a su imagen y semejanza. No cargamos culpas, tampoco nos asignan delitos. Otros lo deciden todo por nosotros. 

Con la llegada la juventud, cambian las cosas. Es la etapa de la constante inconformidad contra todo, o casi todo. Tal parece que el sagrado deber de los jóvenes radica en rebelarse ante cada uno de los acontecimientos de la vida que les toca y lo establecido en el mundo que los rodea. Así es en todo el mundo: a la cabeza de las más disímiles protestas van los muchachos. Por gracia divina son los encargados de cambiar el curso de las cosas. 

La vejez llega sin aviso, inevitable, y nos apacigua, pero nos deja el consuelo de la inconformidad permitida. El viejo no se rebela, no batalla físicamente, pero protesta o se queja por todo, o casi todo, es ese su privilegio otorgado. Cada anciano que muere es una llama de aviso y reproche que se extingue ante lo no aceptado. Nadie acusa a un viejo por ejercer ese derecho, nadie lo encarcela. 

En cada sitio de este mundo esas tres etapas del ser humano conviven y se complementan, con sus contradicciones y armonías. Conformes los primeros, rebeldes los otros, ortodoxos los terceros. Pero hay un lugar en el que estas reglas se quebraron, parece que para siempre: Cuba 

Los cubanos somos los estancados en una etapa; eternos niños del acatamiento obligado. Llevamos una vida sometida a la reverencia perpetua. Cada cubano es un infante manipulado, dirigido, domeñado y nuestra isla es una guardería gigante. Comemos lo mismo, según lo planificado, obligados a obedecer reglas sin derecho a réplica y con la espada del castigo pendiendo siempre sobre las cabezas de los escasos conjurados. 

En Cuba no hay juventud de rebeldía, tampoco hay ancianos que griten su inconformidad (al menos en voz alta), intentando romper automatismos impuestos en el ocaso de sus vidas. Nos fue arrancado a todos el privilegio biológico de transitar por las diferentes etapas de la vida, se quebraron las reglas de la existencia. 

Impera un régimen en la isla que lleva a cada uno de sus habitantes de la mano por el camino de nunca acabar, el peor de los senderos, el del estancamiento infinito, que involucra a todos en el limbo de la levedad ante la espera de lo que no llega jamás. 

A la distancia de cinco décadas, Cuba sigue siendo un túnel monumental que lleva en su interior la tremebunda carga de millones de impúberes sometidos. Isla repleta de sueños vendidos a otros que no viven dentro de ella, ni la padecen; caimán atolondrado por el golpe de enero. Archipiélago rodeado de agua y sal por fuera; sometido por dentro a los mandatos y caprichos de un consejo de ancianos que manda, prohíbe y procura no dejarse arrebatar los privilegios que goza, como únicos adultos, en esta isla de niños destruida por  sus imperfectas utopías.




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