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El líder y la esencia de la revolución cubana

Ariel Pérez Lazo

MIAMI, Florida, agosto, www.cubanet.org -Una serie de debates ha generado la reciente aparición de Fidel Castro, incluyendo un análisis sobre el carácter romántico y contra-ilustrado de las mismas por parte de Emilio Ichikawa. Esta idea del ensayista cubano me ha hecho reflexionar acerca de una realidad insuficientemente considerada en torno a la revolución cubana y su situación actual.

En contraste con  otras revoluciones, como la rusa, la cubana no ha podido tener ese aire de empresa colectiva a pesar de que las movilizaciones, marchas, mítines, reuniones han saturado la atmósfera nacional.

Uno de los hechos que me hizo descubrir en mi infancia la revolución ficticia en la que vivía fue precisamente su contraste con la rusa. ¡Qué poco tenía en común la imagen de Fidel Castro con el famoso cuadro donde aparecía Lenin convenciendo a los diputados del Soviet de Petrogrado que el golpe de estado contra el gobierno de Kerensky era para darle el poder a la nueva institución, llamada a sustituir la democracia liberal y representativa de la Duma (formal para Marx) por la proletaria!

En aquel momento desconocía aquellos detalles, claro está, pero una intuición infantil de que aquella no era la imagen del comportamiento del líder en la revolución cubana quedó grabada en mi memoria. La propia de Fidel Castro es siempre ante una tribuna multitudinaria, donde sólo su individualidad es visible ya desde 1959, mucho antes de los gritos de “paredón” para Hubert Matos que horrorizaron a Luis Aguilar León.

Es aquella imagen donde el contrato social se reduce al acatamiento de lo que es propuesto, sin alternativa a la crítica y la enmienda como aquel delirante asentimiento multitudinario a la Declaración de La Habana en 1960. El mismo espectáculo se mantendría inalterable: cuatro décadas más tarde el pueblo aprobaba otra declaración, esta vez en torno a prohibir toda posible reforma de la constitución de 1976 pero sin la figura democrática del referendo. Era esa la característica de la Batalla de Ideas, regresar a los comienzos, a la democracia directa en términos de los teóricos del proceso revolucionario cubano.

 Y es que desde sus inicios, la revolución cubana careció de un cuerpo que pudiera refrenar la voluntad del líder. El régimen de Batista cayó por la sumatoria de todas las fuerzas de la oposición. Asociaciones de profesionales, instituciones de todo tipo, políticos tradicionales y revolucionarios cumplieron el objetivo, pero no hubo un órgano que preparara el período de transición de una dictadura a la democracia.

El efímero gobierno provisional de Manuel Urrutia tempranamente enmendó la constitución de 1940 (recordemos la famosa supresión de la invocación a Dios).

¿Qué legalidad se esperaba entonces restablecer con tales preámbulos revolucionarios?  Cuando ocurre su caída, en plena violación del Manifiesto de la Sierra Maestra de julio de 1957, pocos se dieron cuenta de la gravedad de la crisis de las instituciones políticas.

El pueblo, fundamentalmente el campesinado, se encontró frente a un líder y le dio su confianza sin las necesarias mediaciones y rectificaciones que suponen los partidos y las reglas democráticas. Es por eso que aquella provisionalidad, continuada desde entonces, permite identificar castrismo y revolución.

Pocos son los que buscan ya el momento en que en la revolución casi de modo mágico, se transformó en su contrario. La visión popular, en los momentos de máxima tensión existencial, cuando faltan los abastecimientos, el transporte y la inflación aumenta, simplifica el fenómeno e inicia la cronología de sus desgracias en 1959.

El Consejo de Estado de de Raúl Castro: ¿un nuevo comienzo?

Cuando se produce la cesión de poderes de Fidel Castro, en 2006, quedó claro que pese a todas las declaraciones de su hermano respecto a una “dirección colegiada” de la revolución, tan solo un mes antes, los acontecimientos subsiguientes harían nuevamente ficticia esa promesa.

El mundo, incluyendo a los cubanos, parece haber olvidado que figuras como Carlos Lage (cuyo ascenso al mundo político se debió a la selección del líder) fueron incluidas en dicha “dirección colegiada”, dada por Fidel Castro en 2006. En aquel momento el procedimiento fue ajeno por completo a lo legislado en la constitución totalitaria de 1976.

Si vamos a creer en lo dicho por esta constitución, era al presidente provisional, en este caso Raúl Castro al que correspondía elegir a sus ministros. Aquella fue una sucesión verdaderamente humillante e ilegal para cualquier creyente del constitucionalismo socialista. ¿Por qué acudió Fidel Castro a violar sus propias leyes y le dio a su hermano no solo el cargo sino también los ministros?

La respuesta todos la conocemos: por la impopularidad de su hermano y la imagen que iba a dar ante la izquierda internacional a la que necesita hacer creer que todavía es un líder revolucionario; que una nueva revolución (es decir, una nueva provisionalidad ) sucedería a la salida de escena del caudillo. De ahí la idea de la “dirección colectiva”. La sucesión prevista por la constitución era demasiado impopular, hacía evidente que la figura que habría de sustituir a Fidel Castro se diferenciaba muy poco de la anterior.

Llegó el 24 de febrero de 2008 y la decepción popular fue notoria con las elecciones a la Asamblea Nacional. No sólo se mantuvo a Raúl Castro que llevaba casi tantos años como su hermano ejerciendo el segundo cargo de importancia en el país y que por tanto, hacía risible la idea de un cambio en la esencia y forma de conducir la nación, sino que el segundo vicepresidente elegido era una figura incondicional del inmovilismo previo. Los individuos que figuraron en aquella efímera “dirección colegiada”, hecha para la izquierda marxista internacional según lo determinado por Castro, fueron pronto reemplazados.

Recordemos las caídas ministeriales de Lage y Pérez Roque a raíz de los escándalos de corrupción, de los que oficialmente nunca se ha dado información y su renuncia a cargos políticos de supuesta elección, como los de diputado a la Asamblea Nacional o vicepresidente del Consejo de Estado.

La prensa y los analistas parecen olvidar todo esto y se refieren a la reaparición de Fidel Castro cuando ésta se había verificado desde el año anterior. Es que los análisis sobre la realidad cubana siguen en la esfera de los fenómenos y no de las causas. La ilusión de que con la “presidencia” de Raúl Castro se iba a abrir un período de reformas que marcaría un antes y un después en la “revolución” ha sufrido un nuevo golpe.

La promesa de una “dirección colegiada”, supuesta garantía de un proceso de reformas que recupere algunas de las libertades ciudadanas perdidas, espera ahora por el nuevo congreso del Partido Comunista, sin fecha visible.

Esta situación cada día me recuerda más a aquellos Estados Generales que debió de convocar Luis XVI y darían origen a la revolución francesa salvo que esta vez, la analogía es, como todas las practicadas en  la historia, impropia: los militantes cubanos no son los representantes del Tercer Estado, llenos de pasiones e ideas revolucionarias y un Juramento del Juego Pelota es aquí imposible. Por eso esperamos no el origen de una transformación de las estructuras, una nueva revolución, sino un desplome súbito de todo aquello que ha sido carcomido por el tiempo.




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