NOELIA
SASTRE
MADRID. Adrián Leiva murió haciendo el viaje contrario. Fue
balsero de Miami a La Habana y se ahogó tratando de llegar
a la costa de Cuba desde el barco que el 22 de marzo partió
de Florida con cuatro tripulantes a bordo. «Nadie quería que
viniera así. Fue una locura. Su madre de 81 años está destrozada»,
lamenta María Ángeles Márquez, vecina que presta su teléfono
a los Leiva en el barrio habanero de Palatino. Su hermana
Eva reconoció el cadáver en la Seguridad del Estado. El martes
lo enterraron y ahora todos lloran su pérdida. «Pensábamos
que las lanchas iban a buscar personas a Cuba, no a llevarlas»,
apunta Marcelino Miyares, del Partido Demócrata Cristiano
de Cuba, al que Leiva se afilió poco después de llegar a Miami
en 2005. Años antes había dirigido del Proyecto Varela hasta
que lo dejó por discrepancias con Oswaldo Payá. Tres veces
intentó regresar a la isla, un empeño que pagó con su vida.
Crítico con la política de EE.UU. hacia Cuba, Leiva sólo quería
volver con su madre. Y mientras lo intentaba pedía el Nobel
de la Paz para las Damas de Blanco.
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