Quién
iba a decir que el rebelde que había en Sabina iba a terminar
defendiendo a un régimen retrógrado, explotador y anquilosado,
aterrado ante la posibilidad de que su pueblo pueda conquistar
los derechos que le han sido conculcados durante medio siglo.
Por Armando Añel
"No firmaré ningún manifiesto ni carta contra Cuba mientras
existan cosas como (la prisión de) Guantánamo o el bloqueo
(embargo estadounidense)", ha dicho Joaquín Sabina en
la presentación de tu último disco, Vinagre y rosas.
Pero se equivoca esta vez. No es una carta contra Cuba a
lo que se refiere, es una carta por Cuba, a favor de Cuba,
a favor de los derechos humanos de los cubanos. No a favor
de los privilegios de la casta favorecida que ha frecuentado
el cantautor, ni de la familia Castro, ni de la nomenclatura,
ni de los comunistas. Es a favor de los cubanos todos. A favor
de los de a pie, los explotados, los que reciben los miserables
salarios, los que temen decir lo que piensan, a los que se
les impide acceder a los sitios donde el propio Sabina es
bienvenido y agasajado, los reprimidos, los olvidados, los
presos, a los que no le permiten escuchar –porque las censuran
en la radio y la televisión castristas– algunas de las canciones
del cantante español, como aquella en la que menciona a Silvio
Rodríguez y recorre la degeneración de La Habana.
Seguir confundiendo retóricamente a Cuba con la casta militar
que la subyuga –y sus seguidores– no es más que un recurso
propio de reaccionarios. Quién iba a decir que el rebelde
que había en Sabina iba a terminar defendiendo a un régimen
retrógrado, explotador y anquilosado, aterrado ante la posibilidad
de que su pueblo pueda conquistar los derechos que le han
sido conculcados durante medio siglo.
Cuba no son los Castro, Sabina, y ni siquiera los seguidores
de los Castro. Cuba son todos los cubanos o ninguno. No se
puede camuflar detrás del nombre de un país a un régimen excluyente
que discrimina a unos cubanos y favorece a otros, y, lo que
si se quiere es más impresentable aún, que discrimina a los
nacionales y favorece a los extranjeros.
Sabina, ¿no se te ocurre que meter en medio de un asunto
de derechos civiles, un asunto a resolver entre los gobernantes
y su pueblo, las políticas de un gobierno extranjero, es una
forma de anexionismo mental? ¿Te habría pasado por la cabeza
esperar que los afroamericanos abandonaran su lucha por los
derechos civiles porque Estados Unidos mantenía una confrontación
política con la desaparecida Unión Soviética y en esas condiciones
no podían aspirar al fin de la segregación racial? El culpable
de la falta de derechos con que malviven los cubanos, de la
represión, de los fusilamientos, de la prohibición de facto
de las alternativas políticas, de que haya cubanos que no
dejan regresar a su país, de que haya cubanos que no dejan
salir de su país, de que todos los medios de comunicación
y producción estén en manos del Estado, etcétera, etcétera,
etcétera, es el Gobierno castrista, no ningún Gobierno extranjero.
¿No habría firmado Sabina una carta de denuncia al apartheid
sudafricano, a pesar de que ese régimen sí estaba bloqueado
comercialmente?
Eso que Sabina llama bloqueo (Estados Unidos es hoy uno de
los principales socios comerciales de Cuba), y esa prisión
de Guantánamo a la que se refiere, son asuntos de política
exterior, de gobierno con gobierno, no se puede justificar
con ellos la represión a quienes piensan distinto, la falta
de libertades, la ausencia de derechos. Quienes pidieron la
firma de Sabina quieren que se resuelva un problema histórico
entre el actual Gobierno cubano y la nación. ¿Se animaría
a estampar su firma Sabina en apoyo al pueblo cubano, al que
carece de voz, al que ha sido dividido artificialmente, ese
que ni siquiera tiene derecho a circular libremente en su
propio país?
Lástima de Sabina. Muchos cubanos, tras escuchar sus canciones,
comenzaron a verlo, allá por los años noventa, como el representante
de una izquierda diferente, más humana, más sensible y responsable.
¿Tendrá la humildad, y la humanidad, de rectificar y hacer
algo por los cubanos? ¿O también se subirá al carro de los
que quieren mantener secuestrada a Cuba en el museo de reliquias
de la Guerra Fría?
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Armando Añel (La Habana, 1966). Escritor y periodista cubano. Entre 1998 y 2000 se desempeñó como reportero independiente en Cuba, fue cofundador y vicepresidente del Grupo de Trabajo Decoro. Tras recibir el premio de ensayo anual de la Fundación Friedrich Naumann en la primavera de 2000, viajó a Europa, donde residió en varios países hasta el verano de 2004. Literatura y artículos suyos aparecen regularmente en publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Actualmente reside en Miami.
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