LA suspensión de la reunión política entre Cuba y la Unión
Europea, que debería haberse celebrado bajo presidencia española,
es una consecuencia lógica de la grave situación que ha desencadenado
la muerte del disidente Orlando Zapata y la sucesión de huelgas
de hambre que otros opositores están llevando a cabo en defensa
de los derechos humanos. El Gobierno cubano está visiblemente
molesto con la UE y con los grupos que apoyaron la durísima
moción del Parlamento Europeo -incluyendo al PSOE- condenando
la represión de los demócratas. Y, por parte europea, no se
habría entendido que el ministro español de Asuntos Exteriores
se sentase en Madrid como si tal cosa a hablar con el representante
de la dictadura cubana, mientras hay personas que están jugándose
la vida en La Habana para defender las libertades más elementales.
Extraoficialmente al menos, hace tiempo que el Gobierno socialista
ha renunciado a su idea de forzar el cambio de la posición
común de la UE hacia Cuba porque la mayoría de socios comunitarios
no le apoyaría. Ha llegado el momento en que es necesario
que lo reconozca públicamente y que renuncie también a proseguir
por su cuenta una normalización de las relaciones de España
con una dictadura agonizante, tal como ha dicho reiteradamente
el ministro Miguel Ángel Moratinos que era su intención.
A la dictadura cubana no se le puede reprochar ninguna falta
de coherencia. Los Castro no han engañado nunca a nadie sobre
sus verdaderas intenciones de hacer todo lo posible para mantener
la integridad del régimen a todos los efectos. Hay que estar
cegado por una candidez irresponsable o, en su defecto, por
las simpatías hacia una revolución fracasada, para seguir
esperando que se produzca el menor indicio de apertura democrática
real desde el interior del castrismo. Los síntomas de cambio
que algunos creyeron ver en la política de Barack Obama no
han sido tales, y todos los elementos en los que se basó el
ignominioso abandono de la defensa de los disidentes pacíficos
han resultado ser un espejismo de mal gusto. Tal vez a Guillermo
Fariñas no le de tiempo a asitir, si el régimen se empeña
en dejarlo morir también, pero el próximo 12 de octubre la
Embajada de España en La Habana debería volver a invitar con
todos los honores a los luchadores cubanos por la libertad,
que son a quienes un país democrático debería apoyar. Entre
los carceleros y los demócratas, un país decente no puede
dudar.
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