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La mujer del policía

Rafael Ferro Salas

PINAR DEL RÍO, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Salí a buscar algún tipo de carne para compartirla con unos familiares de visita en casa.

-Necesito comprar carne buena. Tengo visita –le dije a un conocido del barrio.

-No hay problema. Sígueme y no preguntes. 

Después de caminar un rato llegamos a una casa al final de un callejón inundado de aguas albañales. Entramos en la pequeña sala y una señora pasada de peso nos guió hasta el final de la vivienda donde se encontraba un tipo cortando lo que quedaba de un cerdo. 

-Este es un amigo de confianza, llévalo bien en la pesa. 

El carnicero estaba sin camisa y sudaba. 

-Siéntese ahí, mayor, enseguida lo atiendo –me dijo señalando con la punta del cuchillo hacia una silla de madera. 

La  gorda llegó apurada. Habló al oído del hombre que empuñaba el cuchillo.  

-Dile que venga, estas personas son de confianza. 

Entró un tipo vestido de policía. Miré a mi amigo al mismo tiempo que buscaba una salida de emergencia en aquel lugar de mala muerte.  

-Tranquilo, mayor –me dijo el carnicero sonriendo-, este es el jefe del sector de la policía del barrio, pero no está en nada.

-Estoy en algo, mi amigo no se explicó bien –dijo el policía-. Estoy en la lucha igual que ustedes.  

Era un mulato delgado con cara de mula, la cara más larga que había visto en mi vida. Se quitó la gorra y señaló con un dedo la porción de carne que quería. 

-Mi esposa no come otra parte del puerco que no sea esa, lo otro no sirve, tiene mucha grasa y eso es malo para la salud ¿Verdad, compadre? –dijo el gendarme señalando hacia mí.

-Cada cual tiene sus gustos –dije-. A mi esposa le gusta otra parte.

-Su esposa tiene un gusto diferente a la mía –dijo cara de mula.

-Por suerte, oficial. 

Fue como si le hubiera lanzado una granada. El hombre del cuchillo me miró, el arma en alto, congelada. Mi amigo bajó la vista, como si quisiera enterrarse en el piso embadurnado de grasa. Pero el policía no dijo nada y encendió un cigarrillo, sacó una bolsa del bolsillo de su pantalón,  envolvió la carne en papel cartucho y la guardó.  

Ya en la calle, le dije a mi amigo: 

-El policía no pagó  la carne.

-Nunca paga. Si le cobrara, el tipo que te vendió la tuya estaría preso hace rato. Así es como sobreviven los vendedores clandestinos. Ah, y felicita a tu esposa de mi parte.

¿Por qué?

-Por no tener los gustos que tiene la mujer del policía. 



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