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El castrismo y sus defensores

Nelson Núñez Dorta

QUERÉTARO, México, abril, www.cubanet.org -Agresividad, descalificación e insultos,  son la respuesta de los que  intentan, con poco éxito, defender a la vieja dictadura cubana.

Como carecen de  razones, les resulta absolutamente  imposible a los representantes  del castrismo establecer un dialogo mesurado para intercambiar ideas con los que  reconocemos el carácter dictatorial del régimen cubano.  

La negativa por su parte a aceptar el castrismo como dictadura totalitaria, no se debe a falta de hechos que lo demuestren, sino de aceptación de las  realidades concretas que como tal lo identifican. 

Una cosa es, defender una dictadura por simpatizar sin ningún escrúpulo con sus métodos de gobierno y otra absolutamente diferente es pretender que la dictadura en realidad no lo es; esto último resulta una burla a la inteligencia. Que admiradores  y amigos de los hermanos Castro, actuando como sus voceros, intenten justificar y  convencer al mundo de que estos ancianos no son autócratas, déspotas y opresores, no es más que una burla a la inteligencia de los demás.

¿Quién, medianamente informado, puede negar que en Cuba las leyes no admiten otro partido político que no sea el que dirigen los Castro? ¿Quién puede negar la presencia en las calles de  una  policía política, encargada de reprimir toda manifestación ideológica “sospechosa” para el régimen? ¿Cómo negar el absoluto monopolio estatal sobre de los medios de información y comunicación y el férreo control sobre la economía, totalmente estatizada y cerrada a cualquier iniciativa independiente de los cubanos? ¿De qué forma explicar que dos hermanos lleven más de 51 años gobernando una nación? ¿Acaso mienten o calumnian los que denuncian esas contundentes  realidades?

Para los castristas,  expresar esas verdades, significa hacerle el juego al enemigo que pretende apoderarse de Cuba y, para mi, pretender silenciarlas es ser cómplice de un reducido grupo de ancianos que se han apropiado del gobierno de la isla sin la mas mínima intención de permitir opciones que puedan poner en riesgo su dominio personal.

La pretensión de que los Castro no son dictadores y que en Cuba no se violan los derechos ciudadanos  porque hay “atención médica e instrucción gratuitas para el pueblo”, es una estratagema propagandística de sus voceros  y  un extravío mental de quienes así lo creen.

El pueblo cubano, escolarizado y con un acceso a servicios médicos, ha sido sometido por un inmenso aparato represivo a un sistema de vigilancia y control como ha habido pocos.

Los amigos y defensores del castrismo lo saben y  andan  por todo el mundo aprovechándose  inescrupulosamente de las libertades que los países democráticos les brindan, para  utilizar tribunas, donde se les permite expresar sus mentiras y cumplir su tarea que solo tiene un objetivo muy especifico: justificar la existencia y permanencia  del dictador, como figura salvadora de un sistema social tan fracasado y aberrante que no soporta ningún análisis serio.

Estamos convencidos de que la inmensa mayoría de los que hoy, desde fuera de Cuba, defienden  y repiten el discurso de la tiranía, no soportarían tan sólo un mes viviendo en la isla, sometidos a  las condiciones en que se ha obligado a vivir al pueblo cubano.

Estos personajes, que se han enamorado de una dictadura como única vía de reivindicación social, aparecen en los medios de comunicación de los países democráticos formando parte de una permanente y costosa campaña de propaganda ideológica  castrista. Podemos leer sus artículos, escucharlos y verlos  en debates televisivos.

Resulta  ocioso reiterar que, paradójicamente, sus alegatos se dan en países democráticos donde se le permite a esta comparsa de embusteros salir  en defensa de una dictadura que tipifica como delito la libre expresión de ideas.

Saben que  en la Cuba castrista nunca  podría darse un debate semejante, porque no se le brindaría  nunca a las voces de la disidencia el espacio que ellos  disfrutan en los países libres, pero prefieren ignorarlo.

Así evidencian su filiación extremista y dictatorial, mienten, ofenden, descalifican y, de forma muy astuta, intentan desviar la atención del tema cubano. Se convierten en verdaderos escapistas en cuanto al debate directo de la situación de los derechos humanos y la represión en Cuba, abogan por la no intromisión en los asuntos internos de la isla y por dejar que sea “el pueblo cubano”, el que decida su destino. Intencionalmente se olvidan del obligado silencio al que está sometido ese pueblo, carente de espacios para la libre expresión de sus ideas y demandas.

Niegan también toda posibilidad de participación a esa parte del pueblo cubano forzada por el régimen totalitario a un inhumano destierro, mediante la aplicación del concepto de “salida definitiva” de su patria, que los priva de todos sus derechos ciudadanos; destierro masivo y tortura poco común en el mundo.

En territorio cubano, durante todos los años de gobierno castrista, no ha existido un debate público entre cubanos sobre la política nacional donde se haya permitido escuchar una voz diferente a la de los Castro. ¿Cómo hablar de autodeterminación de un pueblo al que se le han impuesto sus representantes y se le niega  el derecho a toda  información que no sea la oficial? ¿Cómo hablar de solución entre cubanos, si hay millones de cubanos dentro y fuera de la isla a los que se les niega la palabra o no se les escucha?

Con el mito del “poderoso enemigo imperial que mantiene a la pequeña y valerosa isla sitiada y amenazada”  han pretendido justificarlo todo, pues como se trata, según el régimen, de una cuestión de supervivencia, el régimen se ve obligado a ser radical, intolerante y represor, además de aceptar  la necesaria permanencia en el poder del tirano para garantizar “la libertad e independencia”.

Este falso argumento ha resultado tan útil  a la satrapía  cubana que, cuando existe una posibilidad o esperanzas  de algún acercamiento a ese “imperio satánico”,  el propio régimen castrista se encarga de inmediato de destruirlo, pues sabe que, de terminar el mito, terminaría el más eficiente pilar sobre el que se mantiene la dictadura.

Pero el final del régimen está muy  próximo; el castrismo, como el franquismo o cualquier otra tiranía basada en la figura del déspota,  no tendrá la anhelada continuidad. Los dictadores en su egolatría, aunque lo intenten, son incapaces de construir esos puentes.





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