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El Teniente y su revolución

Adolfo Pablo Borrazá

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - ¿Por qué son así los comunistas? -se pregunta Samantha. Su esposo, comunista a raja tabla, no acepta nada que se salga del marco de la revolución. Cualquier cosa que diga Samantha, que no se ajuste a sus ideas, provoca en él una perreta. Cuando algo sale mal, este orgulloso fidelista,  la emprende contra Samantha, que es la culpable de todo.

Como es Teniente de las FAR y acata las órdenes de Raúl de acabar con la corrupción y las ilegalidades, no entra en negocios ilegales. Su mísero salario mensual sólo alcanza para malvivir diez días, pero su mujer se convierte en maga a la hora de poner comida en la mesa. El Teniente no pregunta de dónde sale la comida.

Samantha vende hasta cajas de muerto. Sus dos hijas y las necesidades que pasa al lado de su marido la han vuelto una experta en el negocio de la compra-venta de todo tipo de productos.

Cuando los conoció, el Teniente le prometió villas y castillas. La figura del Comandante y el carné del Partido Comunista fueron temas permanentes en su idilio. ¿Quién hubiera imaginado lo que vino después?

Cuando el hermano de Samantha se casó con una española, el Teniente le prohibió asistir a la boda; pero se las arregló para que le enviaran varias latas de cerveza.

Una vez, a una de sus hijas le regalaron un abrigo con la bandera americana y fue como si el Teniente hubiera visto al mismísimo Satanás. Le dio una bofetada a la muchachita y le ordenó quitarse “eso” inmediatamente porque era “un emblema del enemigo”. Su casa, porque es de él, tiene que ser revolucionarios, dijo.

Desde entonces, las niñas le temen a la palabra revolución. A fin de cuentas, todo lo que reciben de un revolucionario, como su padre, es violencia y arbitrariedad. Aunque el hombre sigue prometiéndoles que la revolución saldrá a flote y las cosas mejorarán, Samantha y las hijas ya no le creen.

Hace poco, Heidi, la mayor de las niñas, un tanto rebelde, vio en casa de una amiguita que tiene “la antena”, cómo reprimían a las Damas de Blanco. Observó los golpes y empujones propinados a las mujeres, algunas de ellas ya de edad, mientras varios hombres gritaban ¡Viva Fidel!

Heidi, a los 12 años, pensó que Fidel y su revolución no son como le dice su papá: “No puede ser bueno alguien que manda a que golpeen a unas mujeres por caminar vestidas de blanco y llevar flores en las manos”.  

La niña no sabe que la revolución es mucho más violenta de lo que se imagina.

Heidi y su mamá han aprendido, de primera mano, cómo son los fidelistas. Diana, la más pequeña, aún no razona y todavía escucha los cuentos del Teniente. Heidi y Samantha no aguantan más; el Teniente y su revolución, les han jodido la vida. Entre las tres sólo suman 52 años, uno más que la puñetera revolución, y aunque no han conocido otra cosa saben que hay algo mejor.

adolfo_pablo@yahoo.com




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