Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - En los días de ira intento querer a todo el mundo. Lucho por amar a ese prójimo empeñado en que lo patee por mantener prendida y a todo volumen su grabadora hasta la madrugada. Cuento hasta diez para tenderle la mano a quienes obstruyen la escalera con dos metros de arena o una mesa de dominó, y hago el máximo esfuerzo porque el mar, el viento, la primavera, no se me atraganten y agreda al viejo extranjero que se babea frente a una adolescente como si el amor se comprara.
Me controlo y digo buenas noches al corrupto, el estafador, la prostituta, el come candela, la chivata, el jubilado y el mendigo, cuando paso y retuercen los ojos, o me señalan mientras aplauden a rabiar en una reunión del comité.
Clamo a Dios porque se calmen mis deseos de partirle la boca al periodista que asegura en pantalla que sí hay, abunda, jamás falta la harina, y después se lamenta o justifica durante tres horas de espera en la cola del pan.
Trato de serenarme cuando el médico no está en el consultorio, la enfermera tampoco, o faltan jeringuillas, recetas y medicamentos en un local cuyas paredes son un dazibao donde se lee: “Sí se puede”, “Somos la primera potencia médica mundial” y “Salud para todos”.
Controlo la ira cuando acusan a un deportista de desertor por abandonar el cuarto del solar, el salario de 500 pesos, el televisor Panda, la bicicleta china Forever, el ventilador IMPUD y el refrigerador Haier.
Monto en cólera al ver desde mi balcón como se llevan detenidos al viejo Andrés por venta ilícita de maní tostado, al negro Estanislao por asedio al turista, o a la rusa Katiuska Prestroika por ofrecer carne de res en su paladar La zarina de Lawton.
Y ni hablar del malestar que me invade al leer sobre la superproducción de arroz, mientras en las escuelas los estudiantes están a plátanos hervidos con chícharos y calamares.
A veces no sé cómo aguanto tanto vapor acumulado en 50 años.
Pero me sedo, hago ejercicios yoga, aspiro y expiro el polvo de la calle. Observo sus baches, las cabillas explotadas del balcón, el tambucho de basura desbordado, y pienso, aunque no me consuela, peor están algunos por ahí.
También como antídoto contra la ira contemplo el paisaje, asisto a la presentación de un libro, voy al cine, un bar, una discotemba, y asisto a un concierto de la Camerata Romeo.
Entonces comprendo que Lord Byron estaba lejos de la verdad cuando expresó: “Mientras más conozco a la gente, más quiero a mi perro”.
Me auto controlo porque sé que dentro de cada uno de mis coterráneos impertinentes flota un ser humano mejor. Mi descontento es un producto nacional. Hecho en Cuba por la revolución. |