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Palos, cabillas y cables

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, 13 de abril (www.cubanet.org) - Manos piadosas hicieron llegar a bloggers y comunicadores independientes el plan contra posibles alteraciones del orden y disturbios contrarrevolucionarios, elaborado por el Ministerio del Interior bajo supervisión del Comité Central del Partido Comunista, que lo distribuye a las direcciones del Ministerio del Interior, los bomberos, las empresas y entidades, los gobiernos provinciales y municipales y el sector militar de cada territorio del país.

El índice del documento incluye los objetivos, misiones, estructura de las fuerzas, armamentos, anexos con orientaciones, y el modelo de acta para constituir el destacamento de respuesta rápida en los centros productivos.

Se intenta ampliar y organizar la represión, de manera que cada unidad de la policía pueda responder de manera orgánica a supuestos disturbios del orden “provocados por contrarrevolucionarios”, término que abarca desde opiniones críticas expresadas en un ómnibus o una entidad laboral o estudiantil, hasta una reunión de varias personas en una esquina, “casa sospechosa” o una institución cultural.

Las misiones jerarquizan “observar las zonas de posibles alteraciones del orden, mantener organizadas las fuerzas de la unidad con armamento rústico, extinguir los incendios e informar al puesto de mando superior”.

La estructura del plan parte de “organizar a los obreros que se encuentren trabajando y, si la situación lo necesita, avisar al resto. Las armas previstas son “palos, cabillas y cables”. El responsable será el administrador del centro y los trabajadores los ejecutantes.

Como anexos documentales se consigan El esquema para la protección y defensa de la unidad, el plan de medidas para el rechazo de las alteraciones y disturbios, el plan de protección, el plan de avisos, el Acta de cooperación y la citada Acta de constitución de la Brigada de Respuesta Rápida.

Aunque esos planes describen las acciones concretas, está por ver si la administración, el sindicato y otros factores internos y de la comunidad, pueden actuar con la agilidad de comandos golpistas que se les asigna ante posibles actividades subversivas.

El miedo y la incertidumbre de las autoridades políticas y militares son la esencia del plan contra alteraciones y disturbios contrarrevolucionarios. El intento por convertir a los obreros y empleados en fuerza parapolicial armada con palos, cabillas y cables muestra la desesperación por conservar el poder a toda costa.

Las medidas tal vez sean efectivas en centros castrenses, como las estaciones de policía, los cuerpos de bomberos y las escuelas militares. Quizás las organizaciones de masas adscriptas al PCC y la UJC, accedan a dar golpes al mejor postor ante las denuncias de ancianos delatores y delincuentes chantajeados por los jefes de sectores de la policía.

Quienes acaban de elaborar y distribuir el nuevo plan represivo para convertir a los obreros en sicarios de los ciudadanos, olvidan el descrédito del discurso oficial, la crisis económica que atraviesa la isla, y la ausencia del fervor revolucionario que favoreció los fusilamientos y la impunidad policial durante las décadas del sesenta y el setenta del siglo pasado.

El intento por convertir la sinrazón en razón por medio de la violencia, es un llamado a la locura. Ojalá sea el último.



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