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El peligro que nos amenaza

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Desde hace días tenía pensado referirme a una Reflexión de Fidel Castro, publicada en todos sus periódicos el pasado 8 de marzo, titulada Los peligros que nos amenazan.

El viejo líder se refería a la posible desaparición del homo sapiens. Pero sinceramente, más que a esa amenaza temo a otra  muy probable en cualquier fecha temprana: a que La Habana, fundada por los españoles en una fecha que, según Emilio Roig de Leuchsenring, continúa sumida en la oscuridad, vuele como casi voló en 1926.

El amanecer del 20 de octubre de ese año (puede que haya alguien que lo recuerde), los habaneros pensaron que la capital volaría. Un ciclón ganaba fuerza, y convertido en huracán, penetró por las inmediaciones de Playa Cajío, haciendo que los habaneros vivieran un verdadero infierno.

Durante casi diez horas cientos de edificios sólidos se desplomaron, así como los postes de la luz, árboles y anuncios comerciales, y se hundieron más de 300 barcos en la bahía. Según los estimados de aquella época los vientos alcanzaron una velocidad entre 235 y 250 kilómetros por hora. El huracán causó la muerte a más de 600 personas y miles de damnificados. Hasta el monumento a las víctimas del Maine cayó de su pedestal.

El dictador Gerardo Machado no había tomado medidas de ningún tipo y el ciclón del 26 sigue siendo un mal recuerdo para los habaneros.

¿Hemos pensado qué ocurrirá si otro ciclón como aquel azotara en la actualidad La Habana? ¿Hemos analizado cómo quedaría nuestra ciudad, que ya está prácticamente en ruinas?

Se acerca la temporada ciclónica. Nuestra capital, donde los tugurios y el hacinamiento continúan multiplicándose, mal atendida su higiene y con una gran escasez de agua, producto de sus antiguas redes, se desmorona un poco más cada día. No aguantaría el azote de un huracán sobre ella.

En medio de una tragedia que no quiero ni imaginarme, los fotógrafos de la prensa nacional tendrían que convertirse en malabaristas para no reflejar en sus fotos una ciudad tan envejecida, podridos sus edificios, como ocurrió recientemente en las zonas de Santiago de Cuba, donde un sismo dañó más de 300 casas, sin que pudiéramos verlas en la televisión “gracias” a la habilidad de los fotógrafos oficialistas.

Me pregunto dónde se refugiaría más de un millón de habaneros, los que, según estadísticas estatales, no cuentan con viviendas seguras.

En julio de 2007, hace apenas tres años, la revista Bohemia realizó una encuesta y entrevistó cerca de 300 personas de once provincias para que plantearan sus preocupaciones a los diputados de la Asamblea Nacional. A pesar de que los ciclones son parte de nuestra vida cotidiana, entre las preocupaciones sólo aparecían el problema del trasporte, los altos precios de los alimentos, el atraso en la construcción de viviendas, las afectaciones en los servicios de salud y educación, los bajos salarios, la corrupción y los atrasos en el pago a los agricultores. Nada más. Nadie se ha preocupado en pensar qué sería de los habaneros si vuela la capital, como estuvo a punto de ocurrir durante el ciclón del 26.

Ese, a mi juicio, es el mayor peligro que nos amenaza. El que más me preocupa.




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