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Carta a Silvio Rodríguez  de un humilde carpintero

Vicente P. Escobal

MIAMI, Florida, marzo, www.cubanet.org

Silvio:

En la década de 1970 me contaminé  de  ti: fue tanto el hechizo  que  decidí bajar unas cuantas libras de peso, dejarme  el  pelo largo y calzar un par de botas “cañeras”.  Aprendí, incluso, a manosear  la  guitarra.  Yo nací el 29 de noviembre de 1947 el mismo día en que tú cumplías un año de edad.  Y quiso el destino que llegara a este mundo por  Quivican, muy cerca de tu natal San Antonio de los Baños.   Mi padre se llamó Víctor  y mi madre Argelia. ¿A quienes te recuerdan estos dos nombres? Entre tú y yo existía un hilo mágico más allá de los enigmas astrológicos, las coincidencias geográficas  y los albures familiares.  Cosas del  azar.   Solamente eso.

En abril de 1980, hace justamente  treinta años, me corté  el cabello, aumenté  unas cuantas libras y dejé  abandonada  la  guitarra en un rincón de mi casa, celosamente custodiada  por  un  unicornio azul.   Me convertí en balsero.

Llegué  a Cayo Hueso  con una mano delante y otras detrás, una posición incomodísima que logré abandonar en apenas un par de semanas.

Lamenté  mucho que en  el  2009  se te  prohibiera  la entrada a Estados Unidos, luego de que  fueras  invitado a Nueva York  para participar en  el concierto para conmemorar el cumpleaños  90 de  tu amigo Pete Seeger.  Fue una decisión equivocada de las autoridades estadounidenses. 
Todos los gobiernos, Silvio, cometen errores.  Unos  por  falta de información y otros por maldad. No hay un solo gobierno  en el mundo que cuente con el cien por ciento de anuencia  de sus electores. Mienten los  que  aseguran  contar  con la abrumadora  aprobación  de  la  totalidad  de la población.

Recientemente  tú  hiciste pública  una declaración en la cual le preguntas a Carlos Alberto Montaner  si el firmaría una  carta donde se denuncie  a la CIA por los asesinatos de miles de cubanos.   Montaner  ya  te respondió.  Ahora  me tomo la libertad de responderte  aunque a  mí no me hayas dirigido ninguna pregunta.

Si tú redactas  una carta denunciando a la CIA  por  sus crímenes  te  aseguro que yo la firmaría. Y  la firmaría si también agregas  al Departamento de Estado, al FBI, a la Corte Suprema de Justicia, al Servicio de Inmigración, al Congreso Federal, al Pentágono, a  la Casa Blanca,  incluso a la NASA y  a cuanta institución oficial de Estados Unidos  se  te  ocurra denunciar.   Me sentiría sumamente  feliz si mi rúbrica apareciera  al pie de un documento  donde se presenten irrebatibles  evidencias  de cualquier   crimen.

Pero, si en esa denuncia no se mencionan los crímenes del  régimen cubano, te aseguro que utilizaría tu carta para higienizar mi esfínter  anal.

Por último, Silvio Rodríguez Domínguez, atrévete a responderme.  ¿Cómo llaman en San Antonio de los Baños a quienes golpean a las mujeres?  ¿Cómo califican  a los policías que utilizan su poder para patear y  perpetrar  toda suerte de atropellos  contra personas inocentes? 
¿Recuerdas  “Al final de este viaje en la vida”,  la canción escrita por ti el  28 de enero de 1970? 
En ella podrías  encontrar las respuestas.





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