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El coctel del socialismo del siglo XXI

Lucas Garve, Fundación por la Libertad de Expresión

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La ceremonia de asunción de Evo Morales en Tiahuanaco representa un capítulo determinante del maridaje entre indianismo y marxismo. Las raíces de este idilio no son nada recientes.

A diferencia de Europa, donde el surgimiento de las naciones precedió a la formación de los estados, en América Latina el proceso se dio a la inversa. Desde el siglo XIX, después de la independencia, la población indígena participó en guerras denominadas “guerras de colores” o “guerras de castas” provocadas por la continuidad de una estructura socio económica legada del período colonial.

Pero la concepción de la nación moderna, como la definieran los círculos intelectuales latinoamericanos inspirados en el positivismo desde 1860, “agrupación de hombres que profesan creencias comunes, que están dominados por una misma idea y que tienden a un mismo fin”, establecía en sí una incompatibilidad entre nacionalidad e indigenismo. 

Primero, en el siglo XX, el indigenismo, y sus versiones nacieron de la búsqueda de una solución al conflicto del Estado de integrar la Nación, planteado en varios países de Latinoamérica con numerosos individuos pertenecientes a culturas autóctonas.

Así el retorno al pasado indígena, que se produjo en esos países gracias al desarrollo de la Arqueología como disciplina científica, recorrió un camino que fue desde las aulas universitarias hasta adquirir significación política y contenido ideológico.

Si Europa se arrebató y endiosó al arte negro, Latinoamérica redescubrió al indigenismo como la fuente exclusiva de un arte nacional auténtico. No obstante,  el indigenismo culturalista, surgido de la revolución mexicana, no satisfizo totalmente las necesidades de integración requeridas para la formación de la Nación.

La servidumbre del indio, prolongada por el problema de la tierra en manos de grandes terratenientes, situó la cuestión nacional en el terreno de la economía y lo social. Para Manuel González Prada (1848-1918), y después José Carlos Mariátegui (1894-1930) el problema indígena estuvo siempre relacionado con la propiedad de la tierra. Este último, trajo a la luz la alianza entre latifundio y capital extranjero. Además, identificó la unión entre feudalismo e imperialismo que hasta hoy es la base de lo que llaman ahora socialismo del siglo XXI.

En estos países de mayoría indígena, la ruptura revolucionaria sería llevada a cabo por las masas indígenas. Sin duda, para el indigenismo marxista, la visión de los Andes incas ejercía una atracción verdaderamente irresistible.

En el siglo XX, el boliviano Tristán Marouf, seudónimo de Gustavo Navarro (1898-1979), recreó en su libro La justicia del Inca, una visión idílica del mundo y la sociedad de los incas. Esta interpretación hace de los Andes el sitio particular de aparición de la comunidad  que muestra la organización comunista primitiva más avanzada del mundo.

En Del ayllu al cooperativismo socialista (1936), Hildebrando Castro Pozo destaca la importancia del funcionamiento de la institución comunitaria que perpetúa al ayllu precolombino, unidad productiva base de la economía incaica. En su texto, propone la transferencia de la antigua tradición indígena al marco institucional moderno de rasgo cooperativo, y un nuevo contenido ideológico a la conciencia de las masas indígenas.

Otro ingrediente de este coctel es “el telurismo”, una corriente del indigenismo, surgida en países andinos, que vincula la formación de la nación a la acción de fuerzas de la naturaleza, por lo que convierte al indio en el producto  más auténtico de la nacionalidad.
Tenemos la figura del boliviano Franz Tamayo (1879-1956), quien  expone que el hombre, como el árbol, depende del entorno. Para concluir: “La nación boliviana existe ya en el indio”, porque es el depositario de su energía.

De este modo, la declaración de Bolivia como Estado plurinacional demuestra en la práctica que el indigenismo es aún hostil al concepto de Estado-Nación por encontrarlo culpable de etnocidio con respecto a los indios.

En tanto, realizan la revalorización de una religión compuesta por mitos obtenidos de cultos ancestrales que permitan al indio entrar en comunicación con la Madre Tierra y las fuerzas cósmicas. Organizaciones indianistas bolivianas  re- entronizaron desde hace años el culto solar en las ruinas de Tiahuanaco durante el solsticio de verano, utilizado hoy con un claro matiz etnogénico, y aprovechan el discurso indianista como doble invertido del discurso democrático occidental.

De aquí que el gobierno de Evo Morales logre implantar en Bolivia una concepción multicultural de la sociedad de la que hizo su fundamento para iniciar una nueva práctica social con los pueblos indígenas que la componen. Esto es el socialismo del siglo XXI, un coctel de viejas corrientes de ideas.




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