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Alerta por estornudos

Odelín Alfonso Torna

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Adelaida Alfonso, mi tía abuela, visita dos veces por semana a su hijo Ulises Matureyll, de 43 años, en el hospital psiquiátrico de La Habana (Mazorra). Lo hace puntualmente los miércoles y domingos desde 1989, año en que se le diagnosticó a su hijo esquizofrenia -  paranoia. De alguna manera, con una pensión de sólo 211 pesos al mes y privándose de las necesidades más esenciales, Adelaida se las ingenia para conseguir el almuerzo que ambos compartirán durante la visita. 

El 20 de enero el Instituto de Meteorología anunció temperaturas agradables entre 26 y 28 grados Celsius. Comenta Adelaida que Ulises, vestido con abrigo rosado y suéter verde de lana en horas del mediodía, la esperaba en su cubículo de psiquiatría ingiriendo a regañadientes un pote de caldo. Otro paciente llamado Boris escondía la cabeza entre las piernas y decía que estaba harto de los “sopones” y el yogur a todas horas.  

Un nuevo semblante descubrió Adelaida en su hijo, quien la recibió bañado, perfumado y con las uñas de manos y pies cortadas. Tiene la ligera impresión que algunas libras de peso aumentó y que su medicación se cumple al pie de la letra. Lo confirma cuando la enfermera de cabecera, tiránica y vulgar, aparece en medio de la escena familiar y con tono meloso sugiere que Ulises lo acompañe para pesarlo.  

Setenta y cinco kilogramos marcaba la pesa, siete menos desde la última vez que Ulises se pesó a principio de febrero de 2009. La enfermera se enfrascaba en una tarea titánica, la de actualizar las historias clínicas de los pacientes, procedimiento que no se cumple desde hace más de 9 meses.

A mi tía Adelaida lo del peso no le preocupó mucho, porque todo indica que el tema alimentación en el hospital Mazorra marcha sobre raíles, después de 26 fallecimientos, según datos de Ministerio de Salud Pública, a causa de las bajas temperaturas los días 12 y 13 de enero.  

También supe que estaban creadas las comisiones de investigación en el hospital psiquiátrico de La Habana. Miembros del Ministerio del Interior y de Salud Pública entrevistan por separado a familiares y pacientes.  

Mi tía no salía del asombro. De repente Ulises estornudaba y Mazorra se estremecía, como si se tratara de de un sismo. Inmediatamente le ordenaron rayos X de tórax, seguido de una valoración a cargo del neumólogo de turno. Por suerte no pasó de un estornudo. 

Este relato acerca de las óptimas condiciones de higiene y salud mental en Mazorra, no salió de los juglares. Me tocó de cerca. Estoy seguro que otras salas de psiquiatría en la capital, como La Covadonga, San Juan de Dios o La Quinta Canaria, albergan historias similares.  

En situaciones como las narradas el gobierno cubano sabe manipular las cifras de fallecidos e inventar falsos diagnósticos. Mazorra no fue la excepción. Tampoco dicen que la parca pasó factura en Quinta Canaria y en el hospital de Bauta, donde el anciano Luis Guanche murió de hipotermia la madrugada del 12 de enero. 

Pronto los enfermos mentales internados en Cuba regresarán a la normalidad. Para ellos lo común es ser víctimas del agua con azúcar en los desayunos, los baños fríos con manguera o del cambio de su suéter o zapatillas nuevas por cajetillas de cigarros. 

Esta sacudida del gobierno, en la que seguro guardarán prisión los “responsables”, responde a los fallecidos por negligencia en Mazorra. Los que salgan ilesos, por ahora, estarán alertas al menor estornudo.




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