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El papel de Robin Hood

Osmiel Carmona

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Los lagartos, cuando se sienten amenazados, reajustan el color de la piel para imitar el entorno que los rodea. Con este mecanismo de defensa despistan a los posibles enemigos.  

El régimen cubano utiliza tácticas similares. Las estrategias en el tablero político pueden ser tan cambiantes como lo exija el momento histórico. Lo invariable del trueque es la proyección de los actores revolucionarios, que hurgan en los males de otras sociedades y aprovechan la cobertura para extender su mano “solidaria” y proclamarse héroes protectores de los derechos humanos. Esto, en su cruzada por mantenerse en el poder, es una excelente oportunidad para hacer rebotar los reclamos internacionales sobre las libertades civiles en Cuba. 

Bajo estas circunstancias, cientos de miles de cubanos han cumplido y cumplen misiones internacionalistas. El hombre nuevo  en fotocopia guevarista mató y murió por millares en las guerrillas y los contingentes militares que incursionaron por América Latina y África. Vale destacar que mientras nuestros hermanos bañaban con su sangre el suelo extranjero, sus comandantes observaban los toros desde la barrera y movían las piezas en el campo de batalla a través de algún teléfono en La Habana. 

En los últimos decenios, los servicios exportables debieron ser renovados. En conflictos ajenos, el gobierno cubano, en pose pacífica, siguió en el papel de Robin Hood.  
A diferencia de anteriores etapas internacionalistas, la pobreza reina en Cuba y las prestaciones de servicios en el exterior, en el sentir de los colaboradores, se convierten en una opción de progreso económico. De ese modo, para muchos de los mejores especialistas del país –léase profesionales de la salud, la educación, la cultura y el deporte- llegó la hora de servir al régimen y pagar las gratuidades recibidas en su formación universitaria. 

La nueva modalidad de colaboración internacionalista arrastra consigo dos fenómenos contradictorios. El primero demuestra que la igualdad en el socialismo cubano es incierta. El otro confirma el refrán que dice: “Quien da lo que tiene, a pedir se queda”. 

El Ministerio de Salud Pública, emblema del dadivoso régimen, se perfila como el botón de muestra. Obtener un viajecito de trabajo es una especie de suerte que la inmensa mayoría de los galenos quiere tener. Las distancias materiales entre compañeros se acrecientan. Los favorecidos, con cuentas bancarias que en ocasiones rondan los 20 mil cuc, reciben una remesa de por vida fijada en 50 cuc. Esta distinción no acoge a los que se quedan en casa para atender a los pacientes cubanos. 

Al unísono, la calidad en la red de salud se deteriora en los centros de atención primaria, donde hay una debacle al doblar de la esquina por el déficit de personal calificado. 

Datos del Ministerio de Salud estiman que existe un médico por cada 166 cubanos. Sin embargo, bastaría un análisis matemático para refutar dicha afirmación. Según esas estadísticas, por cada contingente de mil colaboradores se retira el servicio médico a 166 mil nacionales, o sea, el doble de la población de Isla de la Juventud. Desconozco el número total de médicos-misioneros, pero son millares.  

Claro está que la gerontocracia conoce el asunto. Sabe sacar cuentas y aunque gusta hacerse de la vista gorda, la salud es una de sus logros y no la van a desproteger. Las vacantes las cubren con estudiantes de medicina de cualquier latitud, para que aprendan con los enfermos cubanos. A falta de pan, casabe. 

Y desfallecerán en el papel de Robin Hood: bueno, bloqueado y agredido. No importa el precio, en el castrismo el fin justifica los medios. El sacrificio humano, los daños económicos y morales, son daños colaterales que toda causa justa (como la suya) debe asumir.




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