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El fiscal

Frank Correa 

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - De todas las historias que conocí en la prisión provincial de Guantánamo, ninguna fue tan compulsiva como la del fiscal de Baracoa. Un individuo rechoncho, ñato, que cuando ingresó al piso se agarró a los barrotes de la entrada con una fuerza increíble. 

Su miedo emanaba de su fama de abusivo, y  las amenazas de muerte  proferidas por varios reclusos, recluidos en aquel piso, que cumplían condenas desmesuradas dictadas por el.   

Por una misteriosa razón, en los centros penitenciarios las noticias vuelan a la velocidad de la luz. A esa hora ya Caja de leche, La flauta, Carne rusa, El pinto, Piel de oso, Mulatón y Verruga tenían afilados sus pinchos para morder al fiscal durante el desayuno.  
Según palabras textuales de La flauta, Dios había escuchado sus plegarias y se lo había enviado. Los otros reclusos esperaban con impaciencia que amaneciera y  abrieran las rejas de los cubículos. Al amanecer, mientras caminan por el pasillo rumbo al comedor, es el momento que aprovechan los presos para resolver sus asuntos. 

A duras penas el guardia pudo hacer que el fiscal entrara hasta el cubículo y se dejara caer en una litera, llorando como un niño. Un preso político que se hallaba confinado en la litera contigua le preguntó cuál era la causa de su captura. Despojado de todo orgullo, el fiscal confesó que se dedicaba a vender libertades en los juicios. 

-Cosa mala. Tan mala como  castigar inocentes –le dijo el preso. 

El fiscal se ahogó en llanto. Dijo tener dos hijas y  un auto y una casa, provenientes de sus continuados manejos. Su esposa le planteó el divorcio en cuanto la policía se lo llevó detenido. Reconoció que estaba acabado, pero quería vivir. Cada paso proveniente del pasillo lo estremecía. Cuando los reclusos comenzaron a tocar la rumba de la noche, el fiscal se retorció en la litera como si aquella música fuera la despedida de su estancia en este mundo. 

Aquel preso político le salvó la vida al fiscal, tras una serie de entrevistas con los criminales que se extendieron hasta casi la hora del desayuno. Se dice fácil, pero tuvo que persuadir los caracteres más violentos y morbosos que conoció en toda su vida. La conclusión de que un fiscal corrupto no merece ni que lo maten y que verlo vivir todos los días sin privilegios, cargando su derrota es una particular manera de verlo morir, terminó convenciendo a los convictos, que se conformaron con chocarle la cara de vez en cuando y tirarle un poco de mierda todos los días.

beilycorrea@yahoo.es




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