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¿Por qué ahora?

Leonel Alberto Pérez Belette

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Luego del reciente fallecimiento de veintiséis pacientes, a consecuencia de negligencias y malos tratos en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, conocido como Mazorra, el gobierno busca delimitar responsabilidades y encontrar culpables para llevarlos ante los tribunales. ¿Hacía falta que muriesen tantos seres humanos para cuestionar el logro revolucionario?

Hace años se hizo notorio el caso de una parroquiana de la Iglesia católica  Sagrado Corazón, del Vedado, nombrada Ofelia. Las autoridades eclesiásticas develaron, ante la dirección provincial del Partido Comunista de Cuba (PCC) y los organismos de salud pública, los sufrimientos de la anciana y de otros pacientes en dicho centro hospitalario e instituciones similares. Este reportero se hizo eco del problema en la página de CubaNet. El Estado no dio explicaciones, ni soluciones.

Ofelia, quien durante la insurrección revolucionaria fuera integrante de la Columna 1, comandada por Fidel Castro, desarrolló una complicada patología ansioso-depresiva que se agudizó luego que sus tres hijas y su única nieta se fueran al exilio. Los vecinos tuvieron que romper la puerta para rescatarla, cuando estaba a punto de morir de inanición.

Cómo no tenía otros familiares cercanos para acompañarla, la anciana fue enviada de una clínica a otra durante todo un día, bajo el sol, sin ingerir alimentos ni líquidos. El chofer del vehículo, encolerizado, amenazó a un médico del hospital Calixto García con dirigir la ambulancia hacia el Consejo de Estado, e inmediatamente una enfermera llegó corriendo para anunciar que habían conseguido un ingreso para Ofelia en Mazorra.

Al anochecer, la señora fue ingresada con un cuadro agravado de deshidratación. Los doctores prometieron colocarla en un pabellón de enfermos no agresivos.

Una semana después los religiosos regresaron y se encontraron a Ofelia desnuda sobre la cama. Estaba llena de escaras porque no le habían retirado la cuña con heces fecales y orines durante días. Aunque le habían puesto un suero, el grado de desnutrición indicaba la pésima alimentación que recibía. El resto de los enajenados mentales se habían repartido las pertenencias de Ofelia, y una enfermera de la sala tenía puesto su anillo. “Ella me lo regaló” –dijo la mujer. 

Los religiosos protestaron ante la dirección del hospital. La respuesta fue enviar una empleada para bañar a Ofelia con un cubo de agua fría y un escobillón.




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