Frank Correa
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Vicente levanta su timbiriche todos los días en la plazoleta contigua a la tienda en divisas de Jaimanitas, y expone sus productos: un par de botas rusas, zapatos mocasines, un short, un maletín, una mezcladora de agua, una lámpara con su tubo, y cualquier prenda o artilugio que le den para vender los vecinos.
En la venta gana una comisión que le alcanza para comer y comprar las pastillas que aprendió a tomar con disciplina cuando estuvo internado cinco años en Mazorra, el hospital psiquiátrico de La Habana.
Mazorra cobró notoriedad en los últimos días, cuando la masa de aire frío que pasó sobre Cuba dejó en los pabellones de ese centro médico un saldo de veintitantos muertos en una sola noche. Los medios informativos cubanos informaron sobre los hechos, después que la noticia había recorrido el mundo, culpando de negligencia criminal a los encargados de garantizarles la vida a los enfermos. Rumores abundaban sobre falta de colchas para abrigarse, ausencia de cristales en las ventanas, pésima alimentación, que según atestiguan algunos trabajadores, consistía en sopa aguada, arroz y una estela de pan, herramientas insuficientes para combatir los cuatro grados que registró el termómetro de Santiago de las Vegas aquella madrugada funesta.
Vicente suele llamar a Mazorra “el infierno”. Cuenta que para poder salir de allí tuvo que ganarle la batalla a la esquizofrenia mediante un meticuloso plan que cumplimentó sin fisuras, simulación que terminó convenciendo a la comisión médica. En su pabellón dormía otro vecino de Jaimanitas llamado Juvenal, que pasó el mismo tiempo que Vicente y salieron de alta juntos.
Aunque la policía ha venido más de una vez a recogerle el timbiriche, Vicente lo levanta de nuevo con una mesura increíble. Juvenal lo visita todos los días, a la misma hora. Hablan de cosas triviales, pero siempre concluyen recordando a Mazorra.
Ayer esperé el encuentro. Juvenal inicio la conversación con una pregunta.
-¿Qué crees de lo que pasó en Mazorra?
-Están hablando tonterías, dicen que hizo frío. ¡Con el calor que se mete allí! Tuvimos que quitar los cristales de las ventanas para que corriera el aire. Y dormir destapados. ¡Con lo buena que es esa gente! Hasta nos ponían televisión para ver el noticiero.
Cuando Juvenal se fue le confesé a Vicente que no había entendido ni papa.
-Tengo que hablar así. Siempre he sospechado que Juvenal es un espía de la comisión
|