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La exhumación del chivato

José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -Más de una lectura interesante nos ha dejado la reposición, en la televisión cubana, de la serie policial “Su propia guerra”, cuyo estreno, hace unos 20 años, contó con amplia aprobación del público, y cuyo personaje principal, el llamado Tavo, convirtiera al actor Alberto Pujols en uno de los más populares del país. 

Viejo recurso adaptado a nuevas circunstancias, las del (llamémosle) romanticismo socialista en la Isla, Tavo, un marginal que se infiltra como agente de la policía entre los marginales habaneros, encarnó en su momento al héroe popular sin miedo y sin tacha, capaz de sacrificarlo todo, desde la familia hasta los pruritos éticos, por consagrarse a una práctica que consideró ineludible.

Fue la apoteosis del chivatazo, un resabio quizás tan antiguo como la prostitución, aunque sin duda mucho más repulsivo, no obstante lo cual había alcanzado ya categoría de virtud entre nosotros, por efecto de la hipnosis revolucionaria.

Como héroe manipulador de masas tampoco Tavo constituyó una novedad. Si acaso lo relativamente nuevo pudo radicar en el hecho de que el propio personaje, dicen que inspirado en la historia de individuos reales, era también presa de la misma hipnosis, con la porción extra de organicidad que esto conlleva, pues manipula siendo manipulado, lo cual le proyecta como un ser “auténtico”.    

Siempre el Tavo se presenta en escena como un hombre que lamenta, que sufre y que a duras penas logra soportar a veces las propias felonías, luego de haber delatado a sus amigos de la infancia o a otros convivientes que estima y respeta.

Menos le preocupa, aunque no sea menos grave, comportarse como un traidor de su clase social, su barrio, su gente. Pero en este caso también actúa la manipulación política, al punto de hacerle creer a Tavo –y por su inducción, al público- que sirviendo a esos jefazos de impecable uniforme sirve también a su gente, y no a quienes la tiranizan, la empobrecen y encima la acorralan, vigilándola desde adentro mediante uno de los suyos, incapaces por ellos mismos no sólo de erradicar las causas de la marginación, sino de enfrentarla en vertical, con los recursos que esa propia gente le ha depositado en las manos.   

Así, igual que pasa un águila sobre el mar, pasó entre nosotros este Dick Tracy del proletariado. Y así le hubiese convenido a sus manejadores dejarlo quieto en la memoria. Pero ya sabemos que pisar la tierra que tienen debajo de las botas no alinea entre sus fuertes.

Menos todavía en las horas que corren, ansiosos y definitivamente apurados como están por inventarse patrones de conducta, ídolos, símbolos o lo que sea, que les ayuden en la imposible misión de halar para su sartén (que es la suya en exclusiva y de nadie más en Cuba) a las últimas generaciones de cubanos.

Debe haberles parecido entonces como caído del cielo el regreso de Tavo. Así que ignorando lo que únicamente ellos ignoran, a saber, que los tiempos cambian, se lanzaron a la reactivación del trasnochado héroe, sin darse cuenta de que ante nuestros televidentes de hoy no estaban sino exhumando a un chivato.  

Lo demuestra el comentario general de ahora mismo, puertas adentro y calle abajo, curiosamente no sólo entre los jóvenes. Si para algo nos sirvió la retransmisión de la serie “Su propia guerra”, ha sido, como en otras confrontaciones de tiempos recientes, para darle un nuevo sacudión a la hipnosis.

En lugar de admiración, esta vez Tavo causó lástima entre nosotros. Igual que los viejos paladines de la violencia revolucionaria hoy nos causan escándalo, y a veces miedo.



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