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Las víctimas del hipocaldo

Víctor Manuel Domínguez. Sindical Press.

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - La entrada de cualquier frente frío  proveniente del norte pone a los cubanos a temblar. El déficit de proteínas y otras sustancias de vigor, adquirido durante 51 años de revolución, provoca que ante la más leve ola de frío tiriten esquimales en calzoncillos subidos al techo del iglú.

Y no es para menos donde quedan pocos que hayan saboreado el chocolate Nestlé, y quienes heredaron el chocolatín ya lo perdieron y tienen que cumplir 60 años para tener derecho a comprar el Cerelac.

Las sopas de gallina, el té y el ponche de huevos con Viña 95 sólo calientan a quienes tienen CUC (divisas), mientras el caldo de pescado es un espejismo que se rompe en las aguas del malecón.

En medio de una atmósfera alimentaria con más huecos que una calle de Lawton, las temperaturas que ronden entre los 20 y 10 grados Celsius convierten en duro frío al más templado pingüino tropical.

Imagínese entonces cómo andarían de forrados cual catre de cuartel los santiagueros que amanecieron un día de 1845 con escarcha en las afueras de la ciudad.

O los pinareños que, abrazados en un hueco y tapados con hojas de tabacos vieron cómo se cubría de nieve la cima de una montaña en 1852, según dejara escrito el sabio Andrés Poey.

“Pero eran otros tiempos”, dijo entre castañeo de dientes en la cola del pan un habanero al que sólo se le adivina un ojo entre abrigos, bufandas y guantes de boxear.

“Nunca como ahora”, murmura una especie de momia envuelta en suéter Gucci, abrigo Converse, estola Chistian Dior, sombrero Chanel y unos botines Paco Rabanne que casi la cubren hasta la ingle, mientras consume un café con crema, en moneda dura, en los bajos del hotel Saint John.

Ante una masa de frío que mantuvo los termómetros saltando de 12,2 en la capital a un 4,0 en Isabel Rubio, hasta estallar en un 3,7 en el aeropuerto internacional José Martí, los cubanos oraron por el retorno del calor.

Prender la calefacción en los hogares (una olla de agua sobre la hornilla encendida del fogón) no sirve de nada. Tampoco una copa de vino Soroa ni un doble de aguardiente El niño de fuego.

Ya los tecnólogos cubanos que una vez envió el gobierno a Europa para adquirir tractores y trajeron limpiadoras de nieve comienzan a sentirse vindicados en prisión.

 Los ángeles de la calle que duermen en los portales, en el pasillo de un solar, o entre los escombros de un edificio en demolición empiezan a desaparecer.

Muchos, en sus alucinaciones, aseguran que han visto caer la nieve. Otros, frente al cadáver de uno de sus colegas, víctima de un descenso de las proteínas por debajo de lo normal (hipocaldo), brindan con un trago de hueso de tigre (ron barato) por que les vaya mejor en el más allá.

Y aunque algunos dicen que murió de frío, yo sé que murió de alcohol.

 




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