IMPRIMIR
Pánfilo tiene razón

Tania Díaz Castro 

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) – Afortunadamente puedo decir que en mis más de diez años como periodista independiente de CubaNet, jamás he caído en exageraciones o mentira alguna.

Digo esto porque acabo de hacer un recorrido por mi barrio, en el pueblo costero de Santa Fe, a pocos kilómetros de La Habana, y regreso a mi casa tan desconcertada, que he querido compartir con ustedes mi estado de ánimo, y algunas de las cosas que les diré pueden parecer exageraciones.

Con la idea de guiarme por mi hijo, que vive en Miami hace más de veinte años y me aconseja no malgastar el dinero, porque tiene un alto concepto del ahorro, decidí cambiar unos chavitos (moneda convertible) en pesos cubanos, a la entrada del centro comercial de calle 17 y 306. Mi propósito era comprar alimentos en moneda nacional, tal y como dice su suegra que ella hace, allá en el reparto Bahía, al este de la capital.

Entré muy dispuesta y me detuve ante del mostrador de las carnes. No había nada. Ni siquiera lo que llaman “recortería”, una especie de picotillo de grasa y pellejos que las personas de muy bajos recursos compran para echarle a los potajes. Seguí hasta el mostrador de los granos; nada tampoco. Sólo arroz, por la libreta, y frijoles negros, también por la libreta. No me correspondía nada.

Me dirigí entonces al mostrador de los productos agrícolas.

Compré unos plátanos fruta que no me inspiran confianza por su mal aspecto, y unas pequeñas papas, muy extrañas.

-No sirven para freír -dice el dependiente-; sólo para caldos. En el invierno siempre las papas son de frigorífico, arrugadas como yo.

Le sonrío y busco con la mirada un bicitaxi para ir a una de las dos lejanas tiendas que venden en divisas. Nada. Ni un bicitaxi parqueado a la entrada del centro comercial, donde siempre hay más de cuatro esperando clientes. Seguramente no trabajan por el frío, pensé. Los cubanos no estamos acostumbrados a temperaturas bajas.

Aún así pregunto qué ocurre con los bicitaxis, pensando que quizás han sido prohibidos por la policía, pero dos hombres, sentados en el quicio de la acera, me sacan de dudas:
-Ninguno quiere trabajar, abuela. Sin comer no se puede dar pedal.

Los miro sin saber qué responder. Siento mucha pena por esta gente que vive tan mal y se alimenta peor.

Al regresar a mi casa paso antes por la casa de un vecino que vende a escondidas viandas y frutas. Le compro un par de boniatos y una fruta bomba verde. Es todo lo que tiene. Algo es algo, me digo.

Cuando entro en mi casa no sé qué voy a cocinar.

Recuerdo a Pánfilo, el negro cubano que sufrió prisión no hace mucho por gritar en la calle que en Cuba no hay comida. Sin embargo, me siento satisfecha, y no sé por qué. Tal vez por haber escuchado los consejos de mi hijo.

Cuando me llame por teléfono, él, que pudo ver hace muy poco la miseria que existe en El Roble, el barrio donde vivo, me creerá cuando le diga que ni con dinero pude adquirir el alimento del día. Ah, y que el sábado 9 de enero, a pesar del frío, comencé a ahorrar.

 




http://www.cubanet.org/inicio_tienda.html
 
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material siempre que se le reconozca como fuente.