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Cola de langosta 

Yosvani Anzardo Hernández 

HOLGUIN, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Pedro Cuevas nació en La esperanza, una chalupa que construyó su padre por los años 40 del pasado siglo. La bahía de Nuevitas fue testigo de sus aventuras infantiles, su parque de diversiones y su escuela.  

Pedro heredó el barco La esperanza de su padre, y la voluntad del viejo a prueba de malos tiempos. Juntos hicieron grandes capturas de langosta, tanto en la bahía como en el archipiélago Jardines de la Reina, donde siempre ha sido abundante el crustáceo. 

Con el tiempo muchas cosas han cambiado. Las empresas estatales pagan mil 500 pesos moneda nacional la tonelada de tiburón. Sin embargo, sólo las aletas las vende a los chinos a razón de 200 dólares la libra, o sea, unos 4 mil 800 pesos. Es un robo al pescador pero, ¿qué puede hacer? Algo similar ocurre con las tortugas y la langosta, con la diferencia de que el crustáceo sí tiene compradores en el mercado clandestino donde se cotiza a 1 dólar la cola. 

La dirección de la cooperativa, como es "bondadosa", permite la cuota de seis langostas por bote para el consumo, sin importar cuántos pescadores trabajen en él.  

Pedro burlado varias veces la vigilancia nadando hasta el sitio donde esconde una bolsa de tela con diez ejemplares, y luego regresa a la chalupa con los dos cooperativistas que trabajan con él, porque tiene que desembarcar en el muelle para no llamar la atención. Ellos son cómplices, por eso se reparten las ganancias. Es riesgoso hacer estos negocios ilegales, porque desde tierra te vigila la gente para robarte lo que escondes, y eso sucede con frecuencia.  

Por otro lado, es difícil confiar en tus compañeros porque, “el enriquecimiento ilícito", como llama el gobierno a ese delito, te lleva directo a la cárcel y pierdes la embarcación.
De cualquier forma, aquí casi todo tiene solución. Si la policía te sorprende, dejas que te confisque la mercancía y no te lleva para la unidad, así no pasa nada. Pedro no es de mucho hablar, pero siempre ha pensado que nunca le dará a la policía lo que es de sus hijos.  

La moral de Pedro es dura como una piedra y él ha vivido siempre pobre, como la mayoría, pero sin hacer concesiones. No participa en nada ni llama la atención. No obstante, ese aislamiento cansa, y alguna que otra querella sí ha tenido con las autoridades cuando le han insinuado que colabore denunciando a sus compañeros. Y es que esa proposición se la hacen a todos para que nadie confíe en nadie. 

Un día, Pedro Cuevas no escondió las langostas y salió del atracadero con su bolsa a la espalda. No había avanzado más de 100 metros cuando a su paso salió "la sal", un policía bautizado así por la gente. Los testigos declararon que hubo un forcejeo y luego un disparo. Manuel Montero, alias "la sal", fue ascendido por el celo en el cumplimiento del deber.  

Pedro Cuevas murió apretando la bolsa contra su pecho. 

El mando de la Capitanía del Puerto, por su parte, fue "magnánimo", pues sólo confiscó el motor de la chalupa. Los hijos de Pedro la heredaron, pero la ley establece que si en tres meses la embarcación no está lista para navegar la queman. Y así fue como una mañana La esperanza desapareció envuelta en llamas. Y hay estúpidos que aseguran que todo sucedió por una cola de langosta.

 




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