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Un oficio distinguido

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) – Cuando perdió el empleo como inspector de transporte, debido a la reducción de la plantilla, Roberto “el bate” dejó correr su imaginación y se inventó un nuevo oficio con el que le está yendo de maravillas: mecánico de fosforeras desechables a domicilio.

Se traslada desde temprano en ómnibus hasta el poblado de Santa Fe, al noroeste de La Habana, y  recorre la comarca pregonando a viva voz sus servicios.

Lleva el balón de gas en una pequeña bolsa de tela que no levanta sospecha entre los policías; allí también transporta  las piedras de repuesto y el resto de  los accesorios. Roberto ofrece al cliente varios servicios: llena los mecheros, cambia las piedras, repara  magnetos, renueva las rondanas y da mantenimiento general al equipo. El eslogan del negocio convence a todos: “Una fosforera sin llama es como una playa sin arena o una guitarra sin cuerdas”.

Se ha buscado una clientela fija en Santa Fe, que aumenta a diario, pues se corre el rumor de que el reparador de fosforeras, además de ofrecer un servicio de calidad, ahorra el viaje hasta la calle Novena, donde radican los dos únicos reparadores de fosforeras, y que siempre tienen cola.

Dice Roberto que gana mucho más ahora en su nuevo trabajo que antes, cuando tenía que pasarse ocho horas de pie, al costado de la carretera,  con la tablilla en la mano deteniendo los autos estatales para montarle pasajeros en la parada de Jaimanitas.

Además, la gente en las casas es muy servicial. Trabaja sentado, le brindan café, agua fría, merienda, en ocasiones hasta lo han invitado a almorzar. Una vez  le cogió la noche arreglando un complicado yesquero de lujo, estaba cayendo un aguacero torrencial y los dueños le exigieron que se quedara a dormir. Recuerda que era  un colchón blando, con sábanas limpias, muy diferente a su camastro de sacos de yute con  olor a presidio.

El ejercicio de caminar varios kilómetros diariamente, lo mantiene en excelente forma. A veces le regalan ropa y zapatos de uso. También hace amistades importantes. La vendedora de pasajes de los ómnibus Yutong  lo ayudó el fin de año con un asiento para su tía que se iba para Manzanillo; la inspectora de vivienda  le va a tirar un cabo con los papeles de su cuartucho; el panadero le regala  panes cada vez que el hambre aprieta. Roberto da gracias  a Dios, y a su talento, por haberse inventado un oficio tan distinguido. 





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