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Los viajeros del último día

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Si el infierno es esperar sin esperanza los cubanos vivimos en el paraíso. Con más paciencia que Chan Li Po y la pachorra de un monje budista a la espera de vegetales en un agro mercado estatal, los cubanos jamás pierden la esperanza de viajar.

Y nunca mejor ocasión para demostrar su fe en que algún día puedan salir del país que durante los tradicionales  festejos por la despedida de un viejo año.

Para materializar sus sueños, en Cuba nadie puede permitirse esa tradición de los italianos de arrojar sus posesiones más viejas por la ventana al sonar las 12 campanadas que anuncian el nuevo año.

Tampoco practicar el rito de los escoceses de prenderle fuego a un barril de madera y hacerlo rodar por las calles, pues de caer en un bache convertiría en cenizas el hogar de un cubano.

Y mucho menos hacer como los antiguos pobladores de Roma, quienes más locos que una cabra sobreviviente de la explosión del Vesubio, regalaban monedas de oro a tutiplén como si fueran croquetas de a peso o dulce de boniato.

Sin embargo, los cubanos que pretenden prosperidad y alejar el mal de ojo, acuden a otros exorcismos más baratos: arrojar agua por los balcones, barrer la casa de adentro hacia afuera, y prender velas amarillas para las mejoras económicas, rojas en busca de pasión, y azules para calmar la guerra por viajar que llevan dentro.

También se guarda un billete de a cinco pesos en los zapatos, un ajo en la cartera, y se coloca un limón verde en cada habitación a las 12 de la noche, que, si al menos no aleja la soledad, les permite hacerse una limonada el primer día del año.

Como si fuera poco, asisten a la iglesia en la mañana, y en la tarde al santero. Ruegan por amor, salud y bienestar a cada santo y a las once mil vírgenes, y ofrendan un violín a Yemayá, o un tambor a Changó.

Toda esta mezcla de sortilegios y creencias sincretizadas en la identidad del cubano, se unen en el común objetivo de lograr un viaje aunque sea para la taiga, en Rusia, o la polvorienta Tombuctú, en Malí

De nada sirve que los medios de información nacional anuncien cada día que los norteamericanos y los europeos están con una mano delante y otra detrás y locos por mudarse para Cuba.

La cuestión es viajar. Y por eso no extraña que para entrar al nuevo año practiquen una tradición conocida como Los viajeros del último día.

Los seguidores del novedoso ritual, aunque con igual deseo de quienes rezan, ofrendan o practican otros tipos de ceremonias, aportan a la tradición originales estilos.

Entre buchitos de ron, masas de puerco, vinos y ocasionales confituras, los soñadores preparan su equipaje. Llegada  la media noche del 31 de diciembre, los viajeros del  último día del año inician el viaje. Vestidos con sus mejores galas y cargados de maletas, maletines y cuanto bolso les sirva para empacar, se despiden de sus vecinos y comienzan a darle tres vueltas a la manzana de su casa.

Concluido el peregrinaje  renace la esperanza. Quizás  en el transcurso del  año que comienza hagan realidad el sueño de viajar.




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